Estoy escuchando la tele y las declaraciones son demagogia aquilatada.
No he argumentado mucho en este asunto, pero vengo diciendo que cuando no se tienen buenas razones para algo, es decir, razones coherentes, lo mejor es oponerse. No digo que no haya razones para el matrimonio homosexual, lo que digo es que yo no las he oído. Lo que estamos escuchando es una campaña machacona con la falacia de la modernidad de la medida, la igualdad de todos los españoles y, lo peor de todo, una peligrosa confusión muy progre entre derechos y libertades. Por esto último me parece intolerable el asunto.
Además, están mezclando asuntos que son directamente totalitarismo, como la laicidad del estado en el sentido lamentable que tiene esa gente de monopolio de la enseñanza y reparto de dineros públicos a gente ideológicamente afín. Como siempre nos están colando muchas cosas inconvenientes con un asunto aparentemente nimio.
Puede que haya razones para el matrimonio homosexual, pero lo están administrando los más irresponsables o, me temo, los más liberticidas.
No tienen ni pajolera idea de cómo arreglar el código civil. No tienen idea de cuántas leyes y cómo tendrán que ser las que deberán acompañar para compatibilizar los mil asuntos que toca. Es más, me temo que lo que sí tienen claro que retocarán irá en la peor dirección posible.
Y, por cierto, el espectáculo me ha resultado ridículo, la sensación de que allí mienten todos. No me creo que las dos parejas a las que han sacado en las noticias se quieran casar como proclaman. Es que al final creo que les importa un pimiento a la mayoría de ellos. Era otra cosa, o bien aprovechar el protagonismo por el puro gusto de ser el protagonista o ese "transformar la sociedad" tan siniestro y tan, tan totalitario que hemos oído. Al verlos me he dicho lo que ya había leído y no había captado antes en lo que significa ¡Qué repentino interés de todos ellos en casarse! y ese antisistema de Zerolo el más contento de todos ¿¿un antisistema casándose o dando la bendición a los que se van a casar??. Las imágenes han valido por todos los discursos.
Es que es lo que tienen, Dodgson. Mercancía totalitaria y liberticida, y nada más.
Los homosexuales de a pie iban que chutaban con las uniones civiles. Dos amigos míos ya han firmado un contrato civil, en Italia -uno de ellos es italiano y tiene muchas propiedades allí-, y me dicen que con eso ya se dan por satisfechos. Que sus derechos ya están perfectamente protegidos y que no se sienten discriminados en absoluto.
Pero lo que quieren los zerolos no tiene nada que ver con el bienestar de los homosexuales. Quieren arrasar con la familia, el cauce natural en que los individuos se socializan y se van sujetando emocionalmente al mundo, para que las nuevas generaciones estén más indefensas ante su propaganda. Y quieren dividir de forma irreconciliable a la sociedad española y, por supuesto, a la derecha.
Y si por el camino se arma la de Dios en los juzgados, a ellos les trae al fresco. Si la mayoría de países que mandan niños para adopción en España dejan de hacerlo, también les da igual. Todo les da igual. Mónica
El frenazo a la demagogia del presidente Rodríguez (alias ZP) en este asunto lo va a poner el Tribunal Constitucional, eso sí, esperando que aún les quede un mínimo de decoro jurídico.
"Pero lo que quieren los zerolos no tiene nada que ver con el bienestar de los homosexuales."
Sí, Mónica, eso es lo qeu yo había oído. No es que no le hubiera prestado atención, al contrario, pero es que *verlo* ha sido para mi impresionante. Porque creo que han logrado que eso que es una teorización, unas intenciones, se vea, sea intuitivo con las imágenes. Es más, creo que Zerolo y alguno más quiere que se vea, es decir, es deliberado, es una especie de mensaje que mandan a la "sociedad", no es que me las dé de listo, es que creo que nos lo están diciendo con claridad y para que lo entienda todo el mundo.
De todas maneras, no les saldrá bien, mostrar con tanta claridad las cartas tiene más de arrogancia que de cálculo. Si calcularan más (incluso ZP aunque sus motivos son diferentes) no lo harían tan claro, tan visual, tan intuitivo. Servirá mientras los distraídos no tengan a nadie que les diga un par de cosas sencillitas y es muy difícil tener a toda la sociedad distraída durante el tiempo suficiente.
Chicos, os copio mi rollo, por si os silve de respaldo teórico.
* * *
LA REIVINDICACIÓN GAY FRENTE AL AMOR Y AL DERECHO
“(...) se sabe que al principio aquella ardiente tendencia de los sexos entre sí fue instituida por un Creador muy sabio, no para saciar un deseo vacío, pues si se aspiraba a eso únicamente se iba a suscitar una situación muy repugnante y una confusión máxima en el género humano” (Pufendorf, De los deberes del hombre y del ciudadano según la ley natural).
"La pluralidad de las mujeres conduce, ¡quién lo diría!, a ese amor que la naturaleza reprueba, porque una disolución arrastra consigo otras" (Montesquieu, El Espíritu de las Leyes).
“De estos enlaces sin reflexión, o dictados por intereses mal entendidos, no pueden esperarse sino uniones desgraciadas, desaciertos continuos, frecuentes desórdenes y una generación sin vigor” (Barón d'Holbach, Del amor conyugal).
1. INVENCIONES JURÍDICAS Y DERECHOS HUMANOS
Ulpiano dejó escrito de manera memorable que el derecho natural es aquel que la naturaleza enseñó a los animales, a saber, el derecho a la supervivencia, del que la fe en la inmortalidad no es más que su prolongación lógica en los seres dotados de entendimiento. Ahora bien, lo que en los brutos es mero conato o instinto de conservación, en los hombres es la búsqueda de la felicidad mediante la vida virtuosa.
Determinar qué es virtuoso, independientemente de lo que la ley diga, es el objeto del derecho natural. La ley se contradice, la razón jamás, de donde deducimos la superioridad rectora de esta última. A estos efectos apunta Francisco Suárez (De legibus):
"... toda vez que este camino de salvación radica en las acciones libres y en la rectitud de las costumbres, rectitud moral que depende en gran medida de la ley como regla de la conducta humana, de ahí que el estudio de las leyes afecte a gran parte de la teología y que, al ocuparse ésta de las leyes, no haga otra cosa que contemplar a Dios mismo como legislador".
No es necesario, pues, presuponer a Dios para conocer lo justo (los letrados paganos son un buen ejemplo), aunque él sea el único que garantiza la justicia en última instancia y el que da coherencia al sistema de lo verdadero, lo bueno y lo bello.
El viejo argumento que han usado los empíricos y defensores de la "tabula rasa" moral alega precisamente que los ordenamientos de los hombres son inconsistentes en el tiempo y en el espacio, por lo que no hay que presuponer ninguna base inalterable en ellos. A esto se contesta con el siguiente paralelismo: que, obviando las normas de jurisdicción, también se da una colisión ideal entre los jueces de un mismo país en la aplicación de leyes idénticas, dictándose sentencias dispares en casos análogos. Con todo, tal extremo no resta un ápice de validez a la norma, por lo que hay que concluir -y así lo hacen nuestros juristas- que al menos una de las resoluciones en conflicto está mal fundamentada.
La voluntad y el consenso tampoco bastan para integrar el poder constituyente. El simple deseo, que compartimos con las bestias, no es el que nos hará llegar a una sociedad justa. Urge, entonces, una definición objetiva de derecho natural, cuya fórmula abreviada propongo acto seguido:
Tenemos derecho a todo aquello que Dios, la naturaleza y la sociedad nos permitan.
En caso de darse un dilema ético entre la voluntad de Dios -la razón- y la naturaleza, Dios predomina; si se produce entre la naturaleza y la sociedad, que es naturaleza segunda, prevalece la naturaleza primera, de la que aquélla es imagen e imitación.
Para el primer caso tenemos el abismo que media entre las pasiones, que deben superarse, y las acciones, a las que hay que seguir a pesar de la naturaleza, en vistas a fines potenciales, esto es, intangibles.
Para el segundo caso está la locura de las sociedades que impugnan su propio fundamento, como las comunidades caníbales o las homosexuales. Negándose el derecho caudal del hombre (recuérdese: la supervivencia), ya sea a través de la subordinación del valor sagrado de la vida al pecado de la gula, como es práctica común entre antropófagos, ya haciendo otro tanto con el de la lujuria, a guisa de los invertidos, se niega al hombre mismo.
* * *
Esto también vale para cierta versión positiva del derecho natural, ampliamente consensuada por las naciones, cuyos preceptos rezan:
"Los hombres y las mujeres, a partir de la edad núbil, tienen derecho, sin restricción alguna por motivos de raza, nacionalidad o religión, a casarse y fundar una familia.
Sólo mediante libre y pleno consentimiento de los futuros esposos podrá contraerse el matrimonio.
La familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del Estado."
Artículo 16 de la Declaración de los Derechos Humanos.
"Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición".
Artículo 2.1 de la Declaración de los Derechos Humanos.
1. Interpretación literal.
Llamo la atención del lector sobre el siguiente detalle: el primer precepto no habla de restricciones por motivos de sexualidad. ¿No será, pues, que el matrimonio homosexual es contrario a los Derechos Humanos? Si tal cosa se revelase cierta, estaría permitido discriminar a los matrimonios homosexuales, ya que ello no figura como expresamente prohibido en la Carta. En efecto, "... sin restricción alguna por motivos de raza, nacionalidad o religión" significa, "a sensu contrario", que pueden contemplarse otras restricciones, como la prevista por razón de sexo o de parentesco.
La lista, pues, no es abierta. La ley positiva debe ser "scripta et stricta", sin permitir interpretaciones de manga ancha que la desnaturalicen; sobre todo en aspectos cruciales.
Además, que algo esté permitido ("todo lo que no está prohibido") no significa que sea un derecho humano. Así, la facultad de ir a la playa o poseer coche pueden ser contrarias a ciertas disposiciones de protección del medio ambiente.
Todavía más: Si el matrimonio homosexual tuviese el rango de derecho fundamental, no sólo habría que ilegalizar a la Iglesia Católica y a todas las confesiones que lo rechazan, sino también considerar que todos los Estados que no reconocen dicho pseudomatrimonio vulneran las disposiciones básicas de convivencia que se han dado los pueblos. O lo que es lo mismo, el 99% de los que integran la comunidad internacional, incluyendo a los propulsores e ideólogos del texto.
2. Interpretación histórica y sistemática.
Por lo cual fingir en un alarde de "espiritualismo" que el legislador ignoraba la prohibición de contraer matrimonio entre personas del mismo sexo es a todas luces un exceso interpretativo.
Hasta aquí hemos presupuesto que "matrimonio" significa lo que la ideología gay quiere, y ni con esas se ha logrado demostrar que algo semejante se prevea en el texto que se comenta.
Sin embargo, la realidad es muy otra a la que en un principio dimos por buena, pues por ese término el legislador entiende en todo momento el matrimonio heterosexual, el único existente entonces.
Así, si bien el artículo 2, en una lista abierta, procura por extender a diversos supuestos discriminatorios típicos todos los derechos reconocidos en la Carta, no introduce la posibilidad de crear nuevos (el "matrimonio negro" o el "salario chino"), sino que se circunscribe a lo conocido.
Si se hubiera querido proponer un matrimonio prácticamente sin límites, se habría otorgado el derecho a todos, reconociéndose expresamente las excepciones que se estimaran (de parentesco, por sentencia penal condenatoria, etc.). Pero, en lugar de eso, se permite al legislador nacional regular dichos límites con razonable holgura.
Ahora bien, dicha licencia tiene un tope. Sabemos que en algunas zonas geográficas la edad matrimonial es mucho más temprana que en la nuestra. Bajo la concepción jurídica occidental tal posibilidad colisionaría con el derecho a la infancia, esto es, el derecho a no ser explotado durante la edad previa a la pubertad.
Esta inferencia no puede extraerse del texto mismo de la Carta, por lo que se precisa una interpretación histórica. Si ésta se rechaza en el caso de los matrimonios homosexuales, ¿qué nos empuja a no hacer lo mismo con los niños?
3. Interpretación teleológica.
Añado que los infantes tienen en el ordenamiento español, por herencia romana, derecho a aceptar donaciones puras. El dato según el que idénticos sujetos no puedan contraer matrimonio nos informa de que no se estima que éste sea un derecho simple, sino una relación compleja de derechos y obligaciones, entre las que naturalmente se encuentra el mantener a los hijos. Sin embargo, no puede obligarse a nadie a hacer lo imposible, razón por la cual los homosexuales no están obligados a cuidar de los hijos que no son capaces de tener y, por consiguiente, tampoco disponen del derecho a casarse.
No tiene ningún fuste dar protección jurídica a una pareja que no espera traer hijos al mundo, ya que eso sería lesivo para los célibes, mucho más desvalidos al contar con una remuneración menos. El argumento no se aplica a los estériles, dado que su condición es accidental y no necesariamente definitiva.
El matrimonio surge como respuesta del Estado al servicio que de modo natural ofrecen a éste las parejas que engendran una progenie y sostienen sus cargas. Sin la obligación actual o futura de mantener la descendencia, el matrimonio carece de sentido.
Como se ha dicho, los homosexuales no pueden contraer esa obligación de manera autónoma, sino a lo sumo recurriendo al auxilio de la ley (adopción, inseminación, etc.). De ahí se sigue que no tienen un derecho natural al matrimonio, como pareja, pero sí un derecho civil en tanto que ciudadanos, es decir, como individuos.
El matrimonio homosexual, pues, es una ficción indeseable.
Además, en el 16.3 de la Declaración se nos dice:
"La familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad".
¿Cómo va a ser natural la familia formada por homosexuales, si por naturaleza es incapaz de engenderar y perpetuarse en el futuro? ¿Qué clase de fundamento social es el que necesita a la sociedad misma para fundamentarse mediante el reconocimiento de artificiosas prerrogativas?
Resumiendo:
1) Queda claro que el artículo 16 sólo puede referirse al matrimonio tradicional, según se deduce de su interpretación literal, histórica, sistemática y teleológica, no habiendo otras permitidas en Derecho civil.
2) No es menos patente que el artículo 2 prohíbe restringir el derecho al matrimonio heterosexual, salvo en el caso del parentesco y de la edad mínima, contemplado el derecho a la infancia.
Por si fuera poco, los textos iusnaturalistas clásicos dan una definición de la igualdad que en nada se parece a la que nos quieren vender los igualadores de hoy:
"Igualdad natural: Es la que está presente en todos los hombres únicamente en virtud de la constitución de su naturaleza. Esta igualdad es el principio y el fundamento de la libertad.
La igualdad natural o moral está, pues, fundada en la constitución de la naturaleza humana común a todos los hombres, que nacen, crecen, sobreviven y mueren de la misma manera".
Enciclopedia, Diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios.
Ahora bien, la homosexualidad no es común a todos los hombres. Ergo el matrimonio homosexual, al sustentarse en una mera preferencia erótica, ni integra la igualdad ni es un derecho natural del hombre.
Además, un conocido adalid y teórico de las libertades modernas escribe en su obra cumbre:
“Todo lo que concierne al carácter del matrimonio, su forma, la manera de contraerlo y la fecundidad que proporciona, razón por la cual todos los pueblos han creído que era objeto de una bendición particular que, sin estar siempre ligado a él, dependía de ciertas gracias superiores; todo esto es del dominio de la religión.
Las consecuencias de esta unión con relación a los bienes, a las ventajas recíprocas, todo lo que se refiere a la nueva familia, a aquella de la que procede y a la que debe nacer: todo esto concierne a las leyes civiles”.
Montesquieu. El Espíritu de las Leyes.
Cuando el Estado olvida este principio separador se extralimita en sus competencias, se torna totalitario y osa definir una institución previa al mismo Estado, no conformándose con regular sus implicaciones en el ámbito jurídico-civil. Carece, pues, de todo derecho a hacerlo. Con lo cual deviene:
a) Liberal, porque desregula, privatiza y somete a la voluntad subjetiva, desposeyéndola de causa justa, una institución tan básica como el matrimonio.
b) Totalitario, porque no respeta la división entre el hecho natural (la familia) y sus consecuencias en el derecho privado, sino que aspira a definir lo primero con la excusa de garantizar lo segundo.
2. ¿QUÉ ES, ENTONCES, EL MATRIMONIO?
I.
El matrimonio es la expresión sagrada del amor erótico y la plasmación erótica del amor místico.
Todos, hombres y mujeres, pueden amar a Dios, permitiendo su gracia y cesando en cualquier resistencia que contra ella hubieran concebido. Un amor semejante tiene inicio en la pasión y no en la acción, al contrario que el amor mundano, que se incoa en la acción y termina en la pasión.
Así, cuando amamos al Dios que nos ha amado permanecemos libres de defectos y de limitaciones absolutas. Pero nadie que sea humano, ni los santos siquiera, mantiene ese amor siempre. Se salva, entonces, el que lo conserva hasta el final.
Ahora bien, la mayoría de las mujeres son por naturaleza promiscuas y aman al paradigma en lugar de al hombre, mas el matrimonio las dignifica. Porque el matrimonio da un fin final a la mujer (la maternidad), que hasta entonces era materia prima, y un producto al hombre (el hijo), que era mera forma o potencia. Por él ama aquélla al hijo concreto, a su hijo, en el que ve encarnada la imagen o paradigma del padre. Luego, al fin, también consigue amar al padre, su marido, en la concreción de un ser, como su causa eficiente e inseparable.
Recuerdo que María, la mujer más perfecta según el cristianismo, no tuvo un verdadero marido. Por tanto, su amor hacia su hijo -reflejo de Dios y de la humanidad- fue pleno e incondicionado.
De lo que se sigue que la mujer ordinaria es incapaz de amar perdurablemente fuera del matrimonio, es decir, sin confiarse a ese sacramento. ¿Significa lo anterior que todas las mujeres de tal condición, que son la mayoría, si prescinden del compromiso firme, corren el riesgo de parecerse a las prostitutas? En efecto, aunque sean vírgenes.
Por otro lado, los hombres, que sí están facultados para amar autónomamente, son incapaces de dar fruto por ellos mismos, por lo que suelen extraviarse en fantasmagorías eróticas. Por ende, su amor carnal no es perpetuo si prescinde de esa finalidad carnal y natural, evitándola, por más que cumpla con los requisitos de reciprocidad y suficiencia.
En definitiva, habiéndose concebido el matrimonio para satisfacer los fines carnales del hombre y los espirituales de la mujer, es falso y dañino un "matrimonio" que deje al hombre sin hijos y a la mujer sin maternidad, como es el caso de las uniones homosexuales, a las que sólo la demencia puede dar crédito.
II.
"Cuando la alimentación es comunión y nuestro hijo crece ante nosotros, es cuando creemos que la tierra y la naturaleza tienen nombre de mujer".
Así escribía el ‘progre’ Joan Barril hace ocho años (Condición de padre, 1.997). Esta mañana le he visto escarnecer las manifestaciones en favor de la familia. Supongo que hoy, ya entrados de lleno en la era de lo políticamente correcto, no tendría reparos en reeditar el libro y trocar la palabra "mujer" por "persona", más neutral y digerible.
¿No eran los partidarios de la “ampliación de derechos” quienes decían -con razón- que el significado de una palabra debe ajustarse a su uso? Con la misma razón les digo que es el hecho el que propicia el derecho que ha de regularlo, no al revés. Cuando las parejas homosexuales estén en condiciones de dar nuevos miembros a la sociedad podrán exigir ser tratadas como el matrimonio, facultad de adopción incluida.
Hago notar, para los que gustan de razonamientos especiosos, que un estéril estará en condiciones de engendrar cuando se cure, y que nadie debe ser marginado por sufrir una disminución. Ahora bien, el caso de los matrimonios gay es completamente distinto, ya que no se trata de regular la disminución, sino de disminuir la regulación. Por eso los que nos sentimos amparados por ella no podemos permitirlo en aras de una quimera, ni dejarnos difamar por los profetas del “nuevo orden”. Se empieza así y se termina por declarar contrarias al Estado de Derecho a todas las organizaciones que no respeten "la igualdad". Si hoy nos censuran de palabra con nuestro consentimiento, mañana será "ex lege" y sin él; pasado, quién sabe.
Sobre la "homofobia", vocablo necio y mezquino donde los haya, respondo con un adagio de La Rouchefoucauld:
"Algunos temen ser despreciados, porque son despreciables".
Y es que no deja de tener su gracia el que la verdadera fobia, o sea, miedo, venga a ser la que expresan los paranoicos gays mediante este término, acuñado "ad hoc" para avergonzar y marginar a todos sus adversarios ideológicos.
¿Quién debe "adaptarse a los nuevos tiempos"? ¿Sólo se dan en España? ¿Está fuera del tiempo el resto del mundo? Evidentemente no. En este caso, lo lógico y hasta “democrático” es que el lobby gay se adapte a los demás, en lugar de acogerse a falacias provincianas y a infantiles dilemas de todo o nada.
III.
El día en que los homosexuales engendren entre ellos dejarán de ser hombres y hombres o mujeres y mujeres, por lo que también abandonarán su condición de homosexuales. Pero no quiero ni imaginar la clase de criatura, sentimentalmente amorfa y psicótica, que puede derivarse de este experimento hermafroditista. Probablemente, si se llegara a dar, desembocaría en la destrucción agónica de la raza humana, pues nadie se reproducirá cuando ello deje de ser fácil, placentero y enriquecedor en lo interpersonal.
Lo que está haciendo el Estado es desregular el matrimonio, lavarse las manos. La palabra no es importante, o no en exceso. Importa que todo matrimonio, el auténtico y el bastardo, tendrá ahora un mismo fundamento viciado. ¿Acaso no protestaríamos si alguien definiese al hombre como un bípedo implume?
Personalmente estoy dispuesto a negociar definiciones, pero no a capitular sin argumentos. Tengo un límite: no admito que algo signifique una cosa y su contraria; eso es ofuscarse en la vaguedad del lenguaje. Y donde no hay un lenguaje claro tampoco existe una moral limpia.
Se nos intenta meter en la cabeza que el amor homosexual existe, sólo porque las palabras "amor" y "homosexual" existen y pueden juntarse en una sola frase. Estamos ahítos de los monólogos autoapologéticos a lo Walt Whitman (el poeta amanerado por excelencia): “yo soy yo porque me yoeo yoeándome... por retambufa”, valga la parodia.
La Iglesia blande sus objeciones desde una lógica más desprejuiciada que la del comparsa gay, a pesar de que con ello se granjea enemistades, chantajes y amenazas. En una época en la que el triunfo político se basa en la sonrisa, la demagogia, la concesión graciable y el bombardeo publicitario, eso es de agradecer y de admirar.
En cambio, con el actual esteticismo mediocre y con la ética del "laissez faire" y la armonía de pulsiones simpáticas ("buen rollo") se está a las puertas de dar la bienvenida, o allanar el camino al menos, a un nuevo régimen fascista.
IV.
El matrimonio ha contado tradicionalmente con tres vínculos o "cadenas" que unían a los dos cónyuges, a saber:
1) El vínculo religioso, por el que se manifestaba públicamente un compromiso ante Dios y, en consecuencia, indisoluble.
2) El vínculo legal, según el cual dos personas consentían en obligarse objetivamente, contrayendo derechos y deberes recíprocos.
Con la aprobación del divorcio también se establecieron como objetivas las causas de disolución de dicho vínculo.
3) El vínculo natural, según el cual dos personas de distinto sexo que mantienen relaciones sexuales logran descendencia, quedando unidas por una potestad común.
Ahora bien, a partir de la reforma del Código Civil español esas tres cadenas sustentadoras de la familia se reducen a cero:
1) Se niega el vínculo religioso preceptivo, por lo que el matrimonio, dada su naturaleza civil, es disoluble.
2) Se subjetiviza el vínculo legal en favor de la voluntad de las partes y se suprime la causa de revocación del mismo, que ahora es libre.
3) Se anula el vínculo natural, necesario hasta la fecha (salvo en casos de esterilidad o medidas anticonceptivas), y se convierte en un hipotético vínculo legal, la adopción, voluntario para el adoptante y facultativo para la Administración que la concede.
Hoy en España el Estado da más garantías al que arrienda un inmueble que al que funda una familia.
V.
El divorcio, aunque erróneo y dañino, se asienta en cierto modo en el derecho natural: uno puede rescindir el contrato por el que se ha obligado, si se incumplen los pactos, promesas o expectativas que dieron lugar a él. La Iglesia no condesciende porque considera que el matrimonio es una institución divina por la que el hombre y la mujer obtienen algo superior a sus fuerzas: el altruismo, la fidelidad, la capacidad de renunciar a la pasión indiferenciada para fijarse un fin eterno. Éste es el sacramento por ella administrado, que exige la fe en el amor.
En definitiva, y a la vista del oportunismo en boga, los gays tienen tanto derecho a contraer matrimonio como cualquier legislador futuro a negárselo. No hay más garantías cuando uno se acoge a la anti-moral iuspositivista. Ya que el "matrimonio homosexual" no sólo contraviene la ley divina, sino que también es naturalmente aberrante, absurdo (pues, ¿en qué promesa íntegra y estable podría basarse?). Es, sin duda alguna, el siguiente paso hacia la deshumanización.
VI.
Creo que nadie se ha parado a meditar las consecuencias de la perpetuación de familias con vínculos estrictamente jurídicos.
Imaginemos una unión familiar homosexual con un hijo adoptado. El hijo, al hacerse mayor, es también homosexual y forma una nueva unión, acogiéndose igualmente al derecho a adoptar. Digamos que otro tanto se repite en la generación siguiente.
Mi pregunta es: ¿qué vínculo habrá entre abuelos y nietos, salvo el hecho de ser homosexuales? En efecto, no se dará ni vínculo sanguíneo ni vínculo jurídico relevante, por lo que esas personas bien podrán relacionarse sexualmente entre sí sin miedo a escándalo.
Entonces, ¿qué diferencia hay entre estas "familias" y las orgías gays? Respondo: las ventajas económicas reconocidas por el Estado a tan constructivas conductas.
VI.
La mayor parte de la sociedad es indiferente al tema de los matrimonios homosexuales, pues no le afecta de modo directo. Son los políticos los que deberían ocuparse por lo que es común, en lugar de ceder a presiones de lobbys que ayer clamaban por el amor libre y hoy, sin renunciar a éste, fingen querer compatibilizarlo con un modelo familiar que calca al del heterosexual conservador. Es ridículo.
Sigamos con el juego de las asociaciones:
¿Qué disimilitudes hay entre dos gays casados y dos gays libertinos y sin compromiso? Ninguna, sólo la formalidad de un débil contrato, egoísta en tanto que, “ex natura rei”, sólo protege a sus contrayentes. Pero ello permitirá a muchos darse la apariencia de familia y lograr la patria potestad por un medio mucho más seguro que el de la adopción individual, ya que el juez no puede entrar en valoraciones morales si la norma las ha obviado expresamente. Ahora bien, una pareja heterosexual no necesita de semejante artimaña, dado que es capaz de engendrar por sí misma, salvo en los casos de infertilidad, involuntarios. De ahí que este “derecho” se exija sólo para los desviados, ignorando el interés del niño.
Al degradar la institución del matrimonio se degrada la familia y, en consecuencia, al hombre mismo.
El problema es la adopción por parte de las parejas gay, forzosa en caso de que quieran tener hijos, ya que de este modo se convierte la excepción en regla. El niño deja de ser la carga natural de quienes lo engendran para transformarse en un derecho positivo de los que formalizan cierto contrato. O sea, justo lo opuesto.
Esta alteración de su estatuto repercute en su libertad. Pues, si a todo derecho corresponde una obligación, al pretendido derecho de las parejas homosexuales a adoptar corresponde la obligación del niño a ser adoptado, con la renuncia a su vínculo previo, que contemplaba un padre y una madre.
Por otro lado, la carga positiva de las parejas que adoptan, a saber, la de mantener al adoptado, parte de un derecho inexistente, por lo que también se torna extremadamente débil.
Se trata, pues, de una pérdida neta y de una perversión de la finalidad de las adopciones.
Éstas sólo crean una expectativa de derecho antes de constituirse. Una vez constituida, aunque irrevocable, la adopción depende de la legislación nacional y no de los lazos naturales. Es más, el procedimiento está sujeto a que haya niños en disposición de ser adoptados. Luego no puede hablarse de un derecho natural a adoptar, tampoco para las parejas de condición heterosexual.
El reconocimiento positivo del derecho a adoptar se basa en que hay un menor en situación de desamparo y no se encuentra otro modo de darle cobertura. Ahora bien, mientras se encuentren parejas heterosexuales dispuestas a cumplir dicho cometido, no debe concederse tal derecho a las homosexuales, pues la naturaleza ha impedido de modo absoluto a éstas formar una familia.
Si el gusto diese derechos, todo sería un derecho, pues todo es susceptible de ser objeto de deseo. Se requiere, entonces, la capacidad; y es especialmente incapaz el que ha renunciado a su virtualidad reproductora en favor de entregarse a la líbido contra natura.
3. ¡EL GAY VA DESNUDO!
El lobby gay y la heterosexualidad degenerada (la homosexualidad siempre lo es) quieren que el sexo sea algo indiferente, neutro, relativo, convencional, intercambiable. Pero el sexo es algo más que echar una cana al aire. En cierto modo es la esencia del hombre, tanto del vulgar y sensual como del extraordinario y espiritual. Ambos se definen en base a su relación con el sexo, sea ésta inercial o racional, obvia o problemática. Negar esta condición constitutiva del sexo es negar al hombre y convertir la humanidad en una especie animal más. Con la diferencia de que, para colmo, se la condena a la más vergonzante y egoísta de las extinciones en el altar de la lujuria.
Los homosexuales tienen un vicio por su condición, pero no pecan si no consienten a él. Absolutamente nadie puede ignorar por tiempo indefinido las tendencias viciosas, y ningún mortal está libre de pecado. Ahora bien, ¿qué pensaríamos de un obeso que intentase elevar la gula a la categoría de privilegio civil? Una cosa es respetar a los homosexuales y otra muy distinta es asumir los postulados de los gays, rendirse a la bajeza.
Antes he dicho que el sexo, como valor psicológico, es la esencia del hombre, ya que no hay manera de sustraerse a él mientras se está vivo. Sin embargo, el sexo como valor moral aislado y hedonista es voluntad de descomposición, de desintegración y de vacío. Es una protesta contra el peso de la existencia. Se opone, entonces, al amor, del que resulta lo contrario: la voluntad de unión, de integración y de lleno, la afirmación de la vida.
Un monstruo no es tal por su carácter improbable, es decir, por la parvedad de casos de su tipo, pues, si así fuera, también serían monstruos los seres excepcionales, Jesucristo a la cabeza. Ahora bien, el fenómeno monstruoso se da cuando un ser está dotado de órganos o facultades que no corresponden a fin alguno, como por ejemplo, tres ojos en un mismo rostro (que rompen el eje de simetría de la visión), la bicefalia (que impide ejercer autónomamente el control sobre los miembros) o la atracción por personas del mismo sexo, destinada a eliminar el amor de la faz de la tierra, como preámbulo macabro a la desaparición de la raza humana.
Primero fue el amor sin descendencia ("libre"), luego el amor sin compromiso (al que habría que llamar "libérrimo"). Ahora sólo queda el "amor" sin amor, entiéndase, la cópula libertina, esgrimiendo el mero goce escatológico del propio cuerpo en perjuicio de cualquier otra consideración. Hay heterosexuales que "aman" así, pero no están obligados a hacerlo. La institución jurídica del "matrimonio homosexual", por contra, crea un paradigma que desecha cualquier forma de relación que no sea la fundada en el banal interés erótico y en la indiferencia sádica.
No puede haber comunión de ideales ni afirmación de la vida (esto es, familia) desde la perspectiva de la caducidad, como tampoco puede darse la amistad desde la instrumentalización sexual del otro ("Para considerar a una mujer nuestra 'amiga' sería preciso que nos inspirase alguna suerte de antipatía física", dejó escrito Nietzsche). Los homosexuales degradan el amor, rebajándolo hasta el nivel de la amistad, para acto seguido arruinar la amistad, encerrándola en la mazmorra del sexo.
Y bien, el origen de la homosexualidad es en buena parte sociológico, a saber: una mala disposición del padre para que el hijo se identifique con él. Y como el error engendra error, de familias malas pueden salir familias peores y hasta antifamilias o pseudofamilias. ¿Cuál es el quid del descalabro? Una sociedad débil, egoísta e individualizada daría lugar a esta clase de fenómenos de otro modo inexplicables.
Hoy los jacobinos, antes iusnaturalistas, olvidan la frontera que el mismo Parlamento inglés se autoimpuso: "La ley lo puede todo, excepto convertir a un hombre en mujer".
La medida legislativa que se comenta no ha sido acordada por ser un avance en materia alguna, sino por resultar electoralmente sabrosa. No se ataque, pues, a la Iglesia, que siempre dijo lo mismo: atáquese al partidillo que desde su fundación hasta la fecha ha tardado 125 años en reconocer y proclamar un "derecho inalienable", como parece al fin que lo es el concubinato homosexual. Mas adelantemos algo de teoría.
El buen Estado debe reconocer los máximos derechos, que son finitos y consustanciales, y al menos garantizar las libertades, infinitas y de carácter accidental, en tanto que éstas no frustren a los primeros. Es de notar que los derechos se complementan mutuamente (al integrar la noción de hombre), mientras que las libertades de signo contrario (que constituyen al individuo) se limitan recíprocamente. Los derechos, a su vez, constriñen las libertades adversas a su realización, pero ninguna libertad, ejecutada para el caso, puede disminuir un derecho en general reconocido.
Visto esto, pocos negarán que el trocar una libertad en derecho positivo "erga omnes" equivale a debilitar por un tiempo indeterminado todas las libertades y también todos los derechos naturales que se le oponen (verbigracia, el derecho a la familia). Aquí se une el inconveniente de que con ello no se protege nada duradero que justifique tal gravamen, quedándose la cosa en un mero refrendo "a posteriori" de la voluntad de Zutano y Mengano, privadamente respetable, si bien inútil y redundante en lo público. El individualismo institucional, además de ser una suerte de oxímoron, empobrece la dimensión del hombre.
Un Estado que garantice todos los derechos será o bien perfecto, si los armoniza con la libertad, o bien tiránico, si no lo logra. En adición, un Estado que reconozca todas las libertades se destruirá a sí mismo, convirtiéndose en anarquía. Por último, el que sólo reconozca parte de ellas cederá una fracción de su soberanía a grupos de poder, cual oligocracia.
Las parejas estables gays, las poquísimas que hay y que habrá, no dan nada a la sociedad, luego la sociedad no les debe nada en tanto que parejas. Ello aún sin entrar a juzgar su aptitud moral, que, por supuesto, también se discute.
El amor, en efecto, es la unión perpetua (o así pretendida) de dos seres y, en el caso de hombre y mujer, unión en cuerpo y espíritu. "Que sean una sola carne": cualquier otra definición lo desvirtúa. Así pues, el amor erótico, a diferencia del amor intelectual o místico, implica que esa perpetuidad se extienda al cuerpo mediante la descendencia. Y no puede decirse que el "amor" entre homosexuales sea místico, pues es carnal. Entonces, al carecer de fines carnales, es falso amor erótico, es mera lujuria y sometimiento a las pasiones, lo cual -si bien no basta para incapacitar o desacreditar a nadie- tampoco debe conceder derechos de más.
La sodomía no tiene ningún fin, ni próximo ni remoto, que no sea la obtención de placer, implícita de por sí en cualquier acto. Rascarse un brazo -se me contestará- tampoco cuenta con fines adicionales, y no por ello entra en la categoría de lo anormal o deforme. Pero nadie consagra una parte importante de su vida a rascarse, ni aspira a edificar algo superior a partir de este fundamento. Por ello es un abuso crear instituciones jurídicas "ad hoc" que, más allá de la protección contractual, amparen derechos inexistentes, como el que puedan tener los zurdos a trepar escaleras violetas. Máxime cuando tales prerrogativas individuales se oponen a derechos inalienables de la sociedad, por ejemplo, el de fundar una verdadera familia.
Pero advirtamos este extremo: El matrimonio civil es el sometimiento del otrora compromiso eterno a la contingencia contractual, la permuta de la fidelidad de dos por la voluntad condicional de uno y otro. Sólo hay un auténtico matrimonio: el que nace queriendo durar para siempre; sólo Dios puede refrendar pactos incondicionales, indisolubles en sí y superiores a todo albedrío una vez consumados.
Si el matrimonio civil moderno ha logrado prosperar ha sido dado su parasitarismo con respecto al católico, empezando por el nombre. A pesar de ello, ha supuesto una brecha en la noción sacramental de la familia, que ahora se concibe con los trazos pragmáticos de una sociedad en comandita. No es extraño que ya muchos vean en esa versión descafeinada y falsa de matrimonio, y por extensión también en el matrimonio católico, un "papeleo inútil", prefiriendo a cualquier vínculo formal la ausencia completa de sujeción, el mero estado de facto, la idílica beatitud primitiva.
Viene entonces cuando, en un ataque de inconsecuencia, "el pueblo", el atolondrado pueblo, exige que se legisle sobre las parejas de hecho porque la razón natural y la "igualdad" lo requieren. Salimos, pues, de una regulación para caer en otra. ¿Con qué fin? Protegernos de nuestra propia voluntad, aunque lo hagamos de manera artificiosa mediante la ley, que imaginamos no impuesta, sino emanada de nuestras conciencias.
El "matrimonio homosexual", en fin, es un paso más en este montaje metafísico-jurídico, nacido para despojar al hombre de sus responsabilidades irrenunciables en favor de un Estado omniabarcante, cuyo proceder no debe cuestionarse ni siquiera en el fuero interno. Se trata en definitiva del sueño de un déspota como Napoleón (impulsor del Código Civil), perpetuado en el ideario fáustico del ateo.
Además, el placer sexual es una pasión y, por consiguiente, carece de fines propios. Los homosexuales no reinvindican el derecho al amor -eso iba a ser como reinvindicar el derecho a la alegría: una estupidez-, sino al placer. La capacidad de amar no puede regularse de forma directa, pues es de naturaleza interna. Sólo se regulan los actos externos, a saber, la consecución de una descendencia, a cuyo núcleo afectivo llamamos familia, o en su caso, la búsqueda del mero goce, a la que nos referimos como concubinato. La homosexualidad queda forzosamente reducida a este último supuesto.
El sexo es siempre promiscuo, el amor es su némesis, que le pone freno. Y el amor necesita un cauce o fin permanente para no extraviarse ni agotarse demasiado pronto. Así pues, el "amor homosexual", aun si existiese, cosa que niego, no tendría nada que ver con el matrimonio, al no contar con fines naturales.
Los gays reclaman el derecho al matrimonio para escarnecer el amor y, mediante su marginación, parecer ellos menos enfermos. Se intenta dar una solución sociológica a un problema a la postre psicológico, arrastrándose a todo el cuerpo social en una caída en picado hacia la animalidad.
No podemos proseguir sin esbozar una caracterización de nuestro objeto de estudio. Las características del amor son tres:
1) Ánimo de perpetuidad
2) Intención de reciprocidad
3) Suficiencia
Cuando se cumplen las tres se da el amor en cualquiera de sus vertientes: consanguíneo, erótico o místico, de menor a mayor sublimidad.
La condición del amor consanguíneo, el más terreno, no puede perderse nunca, ya que es innato. Basta, en efecto, con que se den relaciones de parentesco lo bastante notorias como para permanecer en la conciencia del amante. No es de extrañar que sea también el afecto más común entre los hombres y el primero en manifestarse.
El amor erótico está a medio camino entre lo innato y lo gratuito, entre lo pasivo y lo activo. Su condición es la unión carnal: no admite separación definitiva y exige su símbolo de perpetuidad en la progenie. De otro modo resulta imperfecto, inacabado. Depende tanto de la propia voluntad como del azar del encuentro y del equilibrio de las potencias de los individuos en que se da.
El amor místico no se adquiere por nacimiento ni por voluntad, sino por irradiación. El deseo que lo alimenta es puramente intelectual, sale fuera de sí y se une por el vértice infinito de la fe.
Veamos ejemplos de amor bastardo:
a) Un caso donde se cumple 1 y 2 pero no 3 es, por ejemplo, el de la poligamia, en la que ninguna relación forma un vínculo completo, sino que todos los conatos de vínculo se unen en una masa acéfala.
b) Si se verifica 1 y 3 pero no 2, topamos con el fetichismo y toda clase de idolatría en la que no podemos ser correspondidos, al tratarse de una entrega unilateral, solipsista y enajenada.
c) Supuesto típico en el que se dan 2 y 3 pero no 1 es la homosexualidad, que renuncia por principio a la descendencia, el único modo de perpetuación carnal. Y si intenta solventar esto por otros medios externos (v.g., la adopción), entonces deja de cumplir 3 y sale de un fraude para caer en otro.
d) Cuando se cumple sólo 3, obviándose 1 y 2, nos hallamos ante un vicio que se autoconsume en su propia pasión, pero no pretende durar ni ser correspondido.
e) La situación por la que se cumple sólo 2, obviándose 1 y 3, retrata un mero ejemplo de seducción sin más pretensiones.
f) Por último, un caso donde se verifica sólo 1, obviándose 2 y 3, expresa el amor intelectual que el artista tiene para con sus obras, que ni espera ser correspondido ni es autosuficiente, pues toda creación exige un código y una materia donde plasmarse.
En resumen:
1) El "amor homosexual" es un acto natural (la cópula) carente de fines naturales (la reproducción).
2) Todo amor busca unir a perpetuidad (el amor entre madre e hijo, padre e hijo, etc. no busca unir a perpetuidad, porque ya nace unido por el parentesco), pero el "amor homosexual" no sólo no lo logra, sino que no puede lograrlo desde sí mismo.
3) Luego, o bien el "amor homosexual" no busca unir a perpetuidad, o bien lo busca sin fruto.
4) Si no lo busca, no es amor.
5) Ahora bien, si lo busca sabiendo que no puede lograrlo, también es engaño.
6) Ergo, se elija lo que se elija, aceptadas las premisas, el "amor homosexual" sólo impropia y arbitrariamente puede llamarse amor.
7) Y, si no se aceptan las premisas, entonces llámese amor a cualquier entretenimiento pasajero, con lo que se demostrará que, para conseguir semejante cometido, se tuvo que vaciar el concepto, tal y como se entiende de ordinario.
Ahora el único freno contra la poligamia es la "dignidad de la mujer", que se esgrimiría como indisponible frente a aquéllas a las que no les importase compartir marido. Pero parece que a nadie le preocupa la dignidad de la familia. Es hipócrita: permitimos uniones contra natura, minoritarias en nuestra sociedad, y les negamos a los inmigrantes sus uniones tradicionales que, siendo incorrectas, al menos no carecen de fines.
Debo insistir: los gays no buscan ser naturalmente iguales que el resto de parejas, porque es imposible, ya que su condición física y espiritual se lo niega. Buscan que esas parejas sean iguales a ellos: eso sí es posible, y la ley aquí es sólo un instrumento para perpetuar esa práctica marginal. Por lo común la ley reafirma la costumbre generalmente aceptada; en España se ve que también nace para negarla y pervertirla a golpe de chantaje moral.
No deja de ser sintomático el que muchos se hayan tomado a modo de cruzada la invención de derechos, queriendo dotar de una dignidad especial a quien de por sí no la tiene. Como el que maquilla a una rana.
Sólo hacer notar que el "amor homosexual", como el supuesto amor de los animales, carece de fines conscientes o inconscientes. Con la misma autoridad con que hoy se casan hombres con hombres y mujeres con mujeres, podrían "casarse" caballos con yeguas y hasta yeguas con novillos, amparándose la extravagancia en la libre voluntad del campesino. Ahora bien, el consentimiento sin derecho no obliga a terceros, pues es pacto entre criminales; y España y Portugal bien pueden dividirse el mundo en Tordesillas, que el mundo seguirá su curso.
ZP aprueba el matrimonio gay con la mano derecha mientras con la izquierda permite disolver sin causa las uniones matrimoniales. Es como si dijera: "Os permito ostentar la apariencia de haber fundado una familia. Pero no temáis: pasados tres meses, tan pronto como os canséis podréis desmantelar la farsa".
11 comentarios:
Qué patético.
Estoy escuchando la tele y las declaraciones son demagogia aquilatada.
No he argumentado mucho en este asunto, pero vengo diciendo que cuando no se tienen buenas razones para algo, es decir, razones coherentes, lo mejor es oponerse. No digo que no haya razones para el matrimonio homosexual, lo que digo es que yo no las he oído. Lo que estamos escuchando es una campaña machacona con la falacia de la modernidad de la medida, la igualdad de todos los españoles y, lo peor de todo, una peligrosa confusión muy progre entre derechos y libertades. Por esto último me parece intolerable el asunto.
Además, están mezclando asuntos que son directamente totalitarismo, como la laicidad del estado en el sentido lamentable que tiene esa gente de monopolio de la enseñanza y reparto de dineros públicos a gente ideológicamente afín. Como siempre nos están colando muchas cosas inconvenientes con un asunto aparentemente nimio.
Puede que haya razones para el matrimonio homosexual, pero lo están administrando los más irresponsables o, me temo, los más liberticidas.
Dodgson.
Me lo dejaba.
No tienen ni pajolera idea de cómo arreglar el código civil. No tienen idea de cuántas leyes y cómo tendrán que ser las que deberán acompañar para compatibilizar los mil asuntos que toca. Es más, me temo que lo que sí tienen claro que retocarán irá en la peor dirección posible.
Y, por cierto, el espectáculo me ha resultado ridículo, la sensación de que allí mienten todos. No me creo que las dos parejas a las que han sacado en las noticias se quieran casar como proclaman. Es que al final creo que les importa un pimiento a la mayoría de ellos. Era otra cosa, o bien aprovechar el protagonismo por el puro gusto de ser el protagonista o ese "transformar la sociedad" tan siniestro y tan, tan totalitario que hemos oído. Al verlos me he dicho lo que ya había leído y no había captado antes en lo que significa ¡Qué repentino interés de todos ellos en casarse! y ese antisistema de Zerolo el más contento de todos ¿¿un antisistema casándose o dando la bendición a los que se van a casar??. Las imágenes han valido por todos los discursos.
ZP es un irresponsable.
Dodgson.
Es que es lo que tienen, Dodgson. Mercancía totalitaria y liberticida, y nada más.
Los homosexuales de a pie iban que chutaban con las uniones civiles. Dos amigos míos ya han firmado un contrato civil, en Italia -uno de ellos es italiano y tiene muchas propiedades allí-, y me dicen que con eso ya se dan por satisfechos. Que sus derechos ya están perfectamente protegidos y que no se sienten discriminados en absoluto.
Pero lo que quieren los zerolos no tiene nada que ver con el bienestar de los homosexuales. Quieren arrasar con la familia, el cauce natural en que los individuos se socializan y se van sujetando emocionalmente al mundo, para que las nuevas generaciones estén más indefensas ante su propaganda. Y quieren dividir de forma irreconciliable a la sociedad española y, por supuesto, a la derecha.
Y si por el camino se arma la de Dios en los juzgados, a ellos les trae al fresco. Si la mayoría de países que mandan niños para adopción en España dejan de hacerlo, también les da igual.
Todo les da igual.
Mónica
Y la bandera cubana que se ve en una de las fotos, ¿a santo de qué?.
En Cuba si que iban a ser felices, vaya que sí.
El frenazo a la demagogia del presidente Rodríguez (alias ZP) en este asunto lo va a poner el Tribunal Constitucional, eso sí, esperando que aún les quede un mínimo de decoro jurídico.
Anónimo, no les des ideas: sería otra magnífica excusa para mandar a la consti a tomar por donde Zerolo.
"Pero lo que quieren los zerolos no tiene nada que ver con el bienestar de los homosexuales."
Sí, Mónica, eso es lo qeu yo había oído. No es que no le hubiera prestado atención, al contrario, pero es que *verlo* ha sido para mi impresionante. Porque creo que han logrado que eso que es una teorización, unas intenciones, se vea, sea intuitivo con las imágenes. Es más, creo que Zerolo y alguno más quiere que se vea, es decir, es deliberado, es una especie de mensaje que mandan a la "sociedad", no es que me las dé de listo, es que creo que nos lo están diciendo con claridad y para que lo entienda todo el mundo.
De todas maneras, no les saldrá bien, mostrar con tanta claridad las cartas tiene más de arrogancia que de cálculo. Si calcularan más (incluso ZP aunque sus motivos son diferentes) no lo harían tan claro, tan visual, tan intuitivo. Servirá mientras los distraídos no tengan a nadie que les diga un par de cosas sencillitas y es muy difícil tener a toda la sociedad distraída durante el tiempo suficiente.
Dodgson.
Chicos, os copio mi rollo, por si os silve de respaldo teórico.
* * *
LA REIVINDICACIÓN GAY FRENTE AL AMOR Y AL DERECHO
“(...) se sabe que al principio aquella ardiente tendencia de los sexos entre sí fue instituida por un Creador muy sabio, no para saciar un deseo vacío, pues si se aspiraba a eso únicamente se iba a suscitar una situación muy repugnante y una confusión máxima en el género humano” (Pufendorf, De los deberes del hombre y del ciudadano según la ley natural).
"La pluralidad de las mujeres conduce, ¡quién lo diría!, a ese amor que la naturaleza reprueba, porque una disolución arrastra consigo otras" (Montesquieu, El Espíritu de las Leyes).
“De estos enlaces sin reflexión, o dictados por intereses mal entendidos, no pueden esperarse sino uniones desgraciadas, desaciertos continuos, frecuentes desórdenes y una generación sin vigor” (Barón d'Holbach, Del amor conyugal).
1. INVENCIONES JURÍDICAS Y DERECHOS HUMANOS
Ulpiano dejó escrito de manera memorable que el derecho natural es aquel que la naturaleza enseñó a los animales, a saber, el derecho a la supervivencia, del que la fe en la inmortalidad no es más que su prolongación lógica en los seres dotados de entendimiento. Ahora bien, lo que en los brutos es mero conato o instinto de conservación, en los hombres es la búsqueda de la felicidad mediante la vida virtuosa.
Determinar qué es virtuoso, independientemente de lo que la ley diga, es el objeto del derecho natural. La ley se contradice, la razón jamás, de donde deducimos la superioridad rectora de esta última. A estos efectos apunta Francisco Suárez (De legibus):
"... toda vez que este camino de salvación radica en las acciones libres y en la rectitud de las costumbres, rectitud moral que depende en gran medida de la ley como regla de la conducta humana, de ahí que el estudio de las leyes afecte a gran parte de la teología y que, al ocuparse ésta de las leyes, no haga otra cosa que contemplar a Dios mismo como legislador".
No es necesario, pues, presuponer a Dios para conocer lo justo (los letrados paganos son un buen ejemplo), aunque él sea el único que garantiza la justicia en última instancia y el que da coherencia al sistema de lo verdadero, lo bueno y lo bello.
El viejo argumento que han usado los empíricos y defensores de la "tabula rasa" moral alega precisamente que los ordenamientos de los hombres son inconsistentes en el tiempo y en el espacio, por lo que no hay que presuponer ninguna base inalterable en ellos. A esto se contesta con el siguiente paralelismo: que, obviando las normas de jurisdicción, también se da una colisión ideal entre los jueces de un mismo país en la aplicación de leyes idénticas, dictándose sentencias dispares en casos análogos. Con todo, tal extremo no resta un ápice de validez a la norma, por lo que hay que concluir -y así lo hacen nuestros juristas- que al menos una de las resoluciones en conflicto está mal fundamentada.
La voluntad y el consenso tampoco bastan para integrar el poder constituyente. El simple deseo, que compartimos con las bestias, no es el que nos hará llegar a una sociedad justa. Urge, entonces, una definición objetiva de derecho natural, cuya fórmula abreviada propongo acto seguido:
Tenemos derecho a todo aquello que Dios, la naturaleza y la sociedad nos permitan.
En caso de darse un dilema ético entre la voluntad de Dios -la razón- y la naturaleza, Dios predomina; si se produce entre la naturaleza y la sociedad, que es naturaleza segunda, prevalece la naturaleza primera, de la que aquélla es imagen e imitación.
Para el primer caso tenemos el abismo que media entre las pasiones, que deben superarse, y las acciones, a las que hay que seguir a pesar de la naturaleza, en vistas a fines potenciales, esto es, intangibles.
Para el segundo caso está la locura de las sociedades que impugnan su propio fundamento, como las comunidades caníbales o las homosexuales. Negándose el derecho caudal del hombre (recuérdese: la supervivencia), ya sea a través de la subordinación del valor sagrado de la vida al pecado de la gula, como es práctica común entre antropófagos, ya haciendo otro tanto con el de la lujuria, a guisa de los invertidos, se niega al hombre mismo.
* * *
Esto también vale para cierta versión positiva del derecho natural, ampliamente consensuada por las naciones, cuyos preceptos rezan:
"Los hombres y las mujeres, a partir de la edad núbil, tienen derecho, sin restricción alguna por motivos de raza, nacionalidad o religión, a casarse y fundar una familia.
Sólo mediante libre y pleno consentimiento de los futuros esposos podrá contraerse el matrimonio.
La familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del Estado."
Artículo 16 de la Declaración de los Derechos Humanos.
"Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición".
Artículo 2.1 de la Declaración de los Derechos Humanos.
1. Interpretación literal.
Llamo la atención del lector sobre el siguiente detalle: el primer precepto no habla de restricciones por motivos de sexualidad. ¿No será, pues, que el matrimonio homosexual es contrario a los Derechos Humanos? Si tal cosa se revelase cierta, estaría permitido discriminar a los matrimonios homosexuales, ya que ello no figura como expresamente prohibido en la Carta. En efecto, "... sin restricción alguna por motivos de raza, nacionalidad o religión" significa, "a sensu contrario", que pueden contemplarse otras restricciones, como la prevista por razón de sexo o de parentesco.
La lista, pues, no es abierta. La ley positiva debe ser "scripta et stricta", sin permitir interpretaciones de manga ancha que la desnaturalicen; sobre todo en aspectos cruciales.
Además, que algo esté permitido ("todo lo que no está prohibido") no significa que sea un derecho humano. Así, la facultad de ir a la playa o poseer coche pueden ser contrarias a ciertas disposiciones de protección del medio ambiente.
Todavía más: Si el matrimonio homosexual tuviese el rango de derecho fundamental, no sólo habría que ilegalizar a la Iglesia Católica y a todas las confesiones que lo rechazan, sino también considerar que todos los Estados que no reconocen dicho pseudomatrimonio vulneran las disposiciones básicas de convivencia que se han dado los pueblos. O lo que es lo mismo, el 99% de los que integran la comunidad internacional, incluyendo a los propulsores e ideólogos del texto.
2. Interpretación histórica y sistemática.
Por lo cual fingir en un alarde de "espiritualismo" que el legislador ignoraba la prohibición de contraer matrimonio entre personas del mismo sexo es a todas luces un exceso interpretativo.
Hasta aquí hemos presupuesto que "matrimonio" significa lo que la ideología gay quiere, y ni con esas se ha logrado demostrar que algo semejante se prevea en el texto que se comenta.
Sin embargo, la realidad es muy otra a la que en un principio dimos por buena, pues por ese término el legislador entiende en todo momento el matrimonio heterosexual, el único existente entonces.
Así, si bien el artículo 2, en una lista abierta, procura por extender a diversos supuestos discriminatorios típicos todos los derechos reconocidos en la Carta, no introduce la posibilidad de crear nuevos (el "matrimonio negro" o el "salario chino"), sino que se circunscribe a lo conocido.
Si se hubiera querido proponer un matrimonio prácticamente sin límites, se habría otorgado el derecho a todos, reconociéndose expresamente las excepciones que se estimaran (de parentesco, por sentencia penal condenatoria, etc.). Pero, en lugar de eso, se permite al legislador nacional regular dichos límites con razonable holgura.
Ahora bien, dicha licencia tiene un tope. Sabemos que en algunas zonas geográficas la edad matrimonial es mucho más temprana que en la nuestra. Bajo la concepción jurídica occidental tal posibilidad colisionaría con el derecho a la infancia, esto es, el derecho a no ser explotado durante la edad previa a la pubertad.
Esta inferencia no puede extraerse del texto mismo de la Carta, por lo que se precisa una interpretación histórica. Si ésta se rechaza en el caso de los matrimonios homosexuales, ¿qué nos empuja a no hacer lo mismo con los niños?
3. Interpretación teleológica.
Añado que los infantes tienen en el ordenamiento español, por herencia romana, derecho a aceptar donaciones puras. El dato según el que idénticos sujetos no puedan contraer matrimonio nos informa de que no se estima que éste sea un derecho simple, sino una relación compleja de derechos y obligaciones, entre las que naturalmente se encuentra el mantener a los hijos. Sin embargo, no puede obligarse a nadie a hacer lo imposible, razón por la cual los homosexuales no están obligados a cuidar de los hijos que no son capaces de tener y, por consiguiente, tampoco disponen del derecho a casarse.
No tiene ningún fuste dar protección jurídica a una pareja que no espera traer hijos al mundo, ya que eso sería lesivo para los célibes, mucho más desvalidos al contar con una remuneración menos. El argumento no se aplica a los estériles, dado que su condición es accidental y no necesariamente definitiva.
El matrimonio surge como respuesta del Estado al servicio que de modo natural ofrecen a éste las parejas que engendran una progenie y sostienen sus cargas. Sin la obligación actual o futura de mantener la descendencia, el matrimonio carece de sentido.
Como se ha dicho, los homosexuales no pueden contraer esa obligación de manera autónoma, sino a lo sumo recurriendo al auxilio de la ley (adopción, inseminación, etc.). De ahí se sigue que no tienen un derecho natural al matrimonio, como pareja, pero sí un derecho civil en tanto que ciudadanos, es decir, como individuos.
El matrimonio homosexual, pues, es una ficción indeseable.
Además, en el 16.3 de la Declaración se nos dice:
"La familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad".
¿Cómo va a ser natural la familia formada por homosexuales, si por naturaleza es incapaz de engenderar y perpetuarse en el futuro? ¿Qué clase de fundamento social es el que necesita a la sociedad misma para fundamentarse mediante el reconocimiento de artificiosas prerrogativas?
Resumiendo:
1) Queda claro que el artículo 16 sólo puede referirse al matrimonio tradicional, según se deduce de su interpretación literal, histórica, sistemática y teleológica, no habiendo otras permitidas en Derecho civil.
2) No es menos patente que el artículo 2 prohíbe restringir el derecho al matrimonio heterosexual, salvo en el caso del parentesco y de la edad mínima, contemplado el derecho a la infancia.
Por si fuera poco, los textos iusnaturalistas clásicos dan una definición de la igualdad que en nada se parece a la que nos quieren vender los igualadores de hoy:
"Igualdad natural: Es la que está presente en todos los hombres únicamente en virtud de la constitución de su naturaleza. Esta igualdad es el principio y el fundamento de la libertad.
La igualdad natural o moral está, pues, fundada en la constitución de la naturaleza humana común a todos los hombres, que nacen, crecen, sobreviven y mueren de la misma manera".
Enciclopedia, Diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios.
Ahora bien, la homosexualidad no es común a todos los hombres. Ergo el matrimonio homosexual, al sustentarse en una mera preferencia erótica, ni integra la igualdad ni es un derecho natural del hombre.
Además, un conocido adalid y teórico de las libertades modernas escribe en su obra cumbre:
“Todo lo que concierne al carácter del matrimonio, su forma, la manera de contraerlo y la fecundidad que proporciona, razón por la cual todos los pueblos han creído que era objeto de una bendición particular que, sin estar siempre ligado a él, dependía de ciertas gracias superiores; todo esto es del dominio de la religión.
Las consecuencias de esta unión con relación a los bienes, a las ventajas recíprocas, todo lo que se refiere a la nueva familia, a aquella de la que procede y a la que debe nacer: todo esto concierne a las leyes civiles”.
Montesquieu. El Espíritu de las Leyes.
Cuando el Estado olvida este principio separador se extralimita en sus competencias, se torna totalitario y osa definir una institución previa al mismo Estado, no conformándose con regular sus implicaciones en el ámbito jurídico-civil. Carece, pues, de todo derecho a hacerlo. Con lo cual deviene:
a) Liberal, porque desregula, privatiza y somete a la voluntad subjetiva, desposeyéndola de causa justa, una institución tan básica como el matrimonio.
b) Totalitario, porque no respeta la división entre el hecho natural (la familia) y sus consecuencias en el derecho privado, sino que aspira a definir lo primero con la excusa de garantizar lo segundo.
2. ¿QUÉ ES, ENTONCES, EL MATRIMONIO?
I.
El matrimonio es la expresión sagrada del amor erótico y la plasmación erótica del amor místico.
Todos, hombres y mujeres, pueden amar a Dios, permitiendo su gracia y cesando en cualquier resistencia que contra ella hubieran concebido. Un amor semejante tiene inicio en la pasión y no en la acción, al contrario que el amor mundano, que se incoa en la acción y termina en la pasión.
Así, cuando amamos al Dios que nos ha amado permanecemos libres de defectos y de limitaciones absolutas. Pero nadie que sea humano, ni los santos siquiera, mantiene ese amor siempre. Se salva, entonces, el que lo conserva hasta el final.
Ahora bien, la mayoría de las mujeres son por naturaleza promiscuas y aman al paradigma en lugar de al hombre, mas el matrimonio las dignifica. Porque el matrimonio da un fin final a la mujer (la maternidad), que hasta entonces era materia prima, y un producto al hombre (el hijo), que era mera forma o potencia. Por él ama aquélla al hijo concreto, a su hijo, en el que ve encarnada la imagen o paradigma del padre. Luego, al fin, también consigue amar al padre, su marido, en la concreción de un ser, como su causa eficiente e inseparable.
Recuerdo que María, la mujer más perfecta según el cristianismo, no tuvo un verdadero marido. Por tanto, su amor hacia su hijo -reflejo de Dios y de la humanidad- fue pleno e incondicionado.
De lo que se sigue que la mujer ordinaria es incapaz de amar perdurablemente fuera del matrimonio, es decir, sin confiarse a ese sacramento. ¿Significa lo anterior que todas las mujeres de tal condición, que son la mayoría, si prescinden del compromiso firme, corren el riesgo de parecerse a las prostitutas? En efecto, aunque sean vírgenes.
Por otro lado, los hombres, que sí están facultados para amar autónomamente, son incapaces de dar fruto por ellos mismos, por lo que suelen extraviarse en fantasmagorías eróticas. Por ende, su amor carnal no es perpetuo si prescinde de esa finalidad carnal y natural, evitándola, por más que cumpla con los requisitos de reciprocidad y suficiencia.
En definitiva, habiéndose concebido el matrimonio para satisfacer los fines carnales del hombre y los espirituales de la mujer, es falso y dañino un "matrimonio" que deje al hombre sin hijos y a la mujer sin maternidad, como es el caso de las uniones homosexuales, a las que sólo la demencia puede dar crédito.
II.
"Cuando la alimentación es comunión y nuestro hijo crece ante nosotros, es cuando creemos que la tierra y la naturaleza tienen nombre de mujer".
Así escribía el ‘progre’ Joan Barril hace ocho años (Condición de padre, 1.997). Esta mañana le he visto escarnecer las manifestaciones en favor de la familia. Supongo que hoy, ya entrados de lleno en la era de lo políticamente correcto, no tendría reparos en reeditar el libro y trocar la palabra "mujer" por "persona", más neutral y digerible.
¿No eran los partidarios de la “ampliación de derechos” quienes decían -con razón- que el significado de una palabra debe ajustarse a su uso? Con la misma razón les digo que es el hecho el que propicia el derecho que ha de regularlo, no al revés. Cuando las parejas homosexuales estén en condiciones de dar nuevos miembros a la sociedad podrán exigir ser tratadas como el matrimonio, facultad de adopción incluida.
Hago notar, para los que gustan de razonamientos especiosos, que un estéril estará en condiciones de engendrar cuando se cure, y que nadie debe ser marginado por sufrir una disminución. Ahora bien, el caso de los matrimonios gay es completamente distinto, ya que no se trata de regular la disminución, sino de disminuir la regulación. Por eso los que nos sentimos amparados por ella no podemos permitirlo en aras de una quimera, ni dejarnos difamar por los profetas del “nuevo orden”. Se empieza así y se termina por declarar contrarias al Estado de Derecho a todas las organizaciones que no respeten "la igualdad". Si hoy nos censuran de palabra con nuestro consentimiento, mañana será "ex lege" y sin él; pasado, quién sabe.
Sobre la "homofobia", vocablo necio y mezquino donde los haya, respondo con un adagio de La Rouchefoucauld:
"Algunos temen ser despreciados, porque son despreciables".
Y es que no deja de tener su gracia el que la verdadera fobia, o sea, miedo, venga a ser la que expresan los paranoicos gays mediante este término, acuñado "ad hoc" para avergonzar y marginar a todos sus adversarios ideológicos.
¿Quién debe "adaptarse a los nuevos tiempos"? ¿Sólo se dan en España? ¿Está fuera del tiempo el resto del mundo? Evidentemente no. En este caso, lo lógico y hasta “democrático” es que el lobby gay se adapte a los demás, en lugar de acogerse a falacias provincianas y a infantiles dilemas de todo o nada.
III.
El día en que los homosexuales engendren entre ellos dejarán de ser hombres y hombres o mujeres y mujeres, por lo que también abandonarán su condición de homosexuales. Pero no quiero ni imaginar la clase de criatura, sentimentalmente amorfa y psicótica, que puede derivarse de este experimento hermafroditista. Probablemente, si se llegara a dar, desembocaría en la destrucción agónica de la raza humana, pues nadie se reproducirá cuando ello deje de ser fácil, placentero y enriquecedor en lo interpersonal.
Lo que está haciendo el Estado es desregular el matrimonio, lavarse las manos. La palabra no es importante, o no en exceso. Importa que todo matrimonio, el auténtico y el bastardo, tendrá ahora un mismo fundamento viciado. ¿Acaso no protestaríamos si alguien definiese al hombre como un bípedo implume?
Personalmente estoy dispuesto a negociar definiciones, pero no a capitular sin argumentos. Tengo un límite: no admito que algo signifique una cosa y su contraria; eso es ofuscarse en la vaguedad del lenguaje. Y donde no hay un lenguaje claro tampoco existe una moral limpia.
Se nos intenta meter en la cabeza que el amor homosexual existe, sólo porque las palabras "amor" y "homosexual" existen y pueden juntarse en una sola frase. Estamos ahítos de los monólogos autoapologéticos a lo Walt Whitman (el poeta amanerado por excelencia): “yo soy yo porque me yoeo yoeándome... por retambufa”, valga la parodia.
La Iglesia blande sus objeciones desde una lógica más desprejuiciada que la del comparsa gay, a pesar de que con ello se granjea enemistades, chantajes y amenazas. En una época en la que el triunfo político se basa en la sonrisa, la demagogia, la concesión graciable y el bombardeo publicitario, eso es de agradecer y de admirar.
En cambio, con el actual esteticismo mediocre y con la ética del "laissez faire" y la armonía de pulsiones simpáticas ("buen rollo") se está a las puertas de dar la bienvenida, o allanar el camino al menos, a un nuevo régimen fascista.
IV.
El matrimonio ha contado tradicionalmente con tres vínculos o "cadenas" que unían a los dos cónyuges, a saber:
1) El vínculo religioso, por el que se manifestaba públicamente un compromiso ante Dios y, en consecuencia, indisoluble.
2) El vínculo legal, según el cual dos personas consentían en obligarse objetivamente, contrayendo derechos y deberes recíprocos.
Con la aprobación del divorcio también se establecieron como objetivas las causas de disolución de dicho vínculo.
3) El vínculo natural, según el cual dos personas de distinto sexo que mantienen relaciones sexuales logran descendencia, quedando unidas por una potestad común.
Ahora bien, a partir de la reforma del Código Civil español esas tres cadenas sustentadoras de la familia se reducen a cero:
1) Se niega el vínculo religioso preceptivo, por lo que el matrimonio, dada su naturaleza civil, es disoluble.
2) Se subjetiviza el vínculo legal en favor de la voluntad de las partes y se suprime la causa de revocación del mismo, que ahora es libre.
3) Se anula el vínculo natural, necesario hasta la fecha (salvo en casos de esterilidad o medidas anticonceptivas), y se convierte en un hipotético vínculo legal, la adopción, voluntario para el adoptante y facultativo para la Administración que la concede.
Hoy en España el Estado da más garantías al que arrienda un inmueble que al que funda una familia.
V.
El divorcio, aunque erróneo y dañino, se asienta en cierto modo en el derecho natural: uno puede rescindir el contrato por el que se ha obligado, si se incumplen los pactos, promesas o expectativas que dieron lugar a él. La Iglesia no condesciende porque considera que el matrimonio es una institución divina por la que el hombre y la mujer obtienen algo superior a sus fuerzas: el altruismo, la fidelidad, la capacidad de renunciar a la pasión indiferenciada para fijarse un fin eterno. Éste es el sacramento por ella administrado, que exige la fe en el amor.
En definitiva, y a la vista del oportunismo en boga, los gays tienen tanto derecho a contraer matrimonio como cualquier legislador futuro a negárselo. No hay más garantías cuando uno se acoge a la anti-moral iuspositivista. Ya que el "matrimonio homosexual" no sólo contraviene la ley divina, sino que también es naturalmente aberrante, absurdo (pues, ¿en qué promesa íntegra y estable podría basarse?). Es, sin duda alguna, el siguiente paso hacia la deshumanización.
VI.
Creo que nadie se ha parado a meditar las consecuencias de la perpetuación de familias con vínculos estrictamente jurídicos.
Imaginemos una unión familiar homosexual con un hijo adoptado. El hijo, al hacerse mayor, es también homosexual y forma una nueva unión, acogiéndose igualmente al derecho a adoptar. Digamos que otro tanto se repite en la generación siguiente.
Mi pregunta es: ¿qué vínculo habrá entre abuelos y nietos, salvo el hecho de ser homosexuales? En efecto, no se dará ni vínculo sanguíneo ni vínculo jurídico relevante, por lo que esas personas bien podrán relacionarse sexualmente entre sí sin miedo a escándalo.
Entonces, ¿qué diferencia hay entre estas "familias" y las orgías gays? Respondo: las ventajas económicas reconocidas por el Estado a tan constructivas conductas.
VI.
La mayor parte de la sociedad es indiferente al tema de los matrimonios homosexuales, pues no le afecta de modo directo. Son los políticos los que deberían ocuparse por lo que es común, en lugar de ceder a presiones de lobbys que ayer clamaban por el amor libre y hoy, sin renunciar a éste, fingen querer compatibilizarlo con un modelo familiar que calca al del heterosexual conservador. Es ridículo.
Sigamos con el juego de las asociaciones:
¿Qué disimilitudes hay entre dos gays casados y dos gays libertinos y sin compromiso? Ninguna, sólo la formalidad de un débil contrato, egoísta en tanto que, “ex natura rei”, sólo protege a sus contrayentes. Pero ello permitirá a muchos darse la apariencia de familia y lograr la patria potestad por un medio mucho más seguro que el de la adopción individual, ya que el juez no puede entrar en valoraciones morales si la norma las ha obviado expresamente. Ahora bien, una pareja heterosexual no necesita de semejante artimaña, dado que es capaz de engendrar por sí misma, salvo en los casos de infertilidad, involuntarios. De ahí que este “derecho” se exija sólo para los desviados, ignorando el interés del niño.
Al degradar la institución del matrimonio se degrada la familia y, en consecuencia, al hombre mismo.
El problema es la adopción por parte de las parejas gay, forzosa en caso de que quieran tener hijos, ya que de este modo se convierte la excepción en regla. El niño deja de ser la carga natural de quienes lo engendran para transformarse en un derecho positivo de los que formalizan cierto contrato. O sea, justo lo opuesto.
Esta alteración de su estatuto repercute en su libertad. Pues, si a todo derecho corresponde una obligación, al pretendido derecho de las parejas homosexuales a adoptar corresponde la obligación del niño a ser adoptado, con la renuncia a su vínculo previo, que contemplaba un padre y una madre.
Por otro lado, la carga positiva de las parejas que adoptan, a saber, la de mantener al adoptado, parte de un derecho inexistente, por lo que también se torna extremadamente débil.
Se trata, pues, de una pérdida neta y de una perversión de la finalidad de las adopciones.
Éstas sólo crean una expectativa de derecho antes de constituirse. Una vez constituida, aunque irrevocable, la adopción depende de la legislación nacional y no de los lazos naturales. Es más, el procedimiento está sujeto a que haya niños en disposición de ser adoptados. Luego no puede hablarse de un derecho natural a adoptar, tampoco para las parejas de condición heterosexual.
El reconocimiento positivo del derecho a adoptar se basa en que hay un menor en situación de desamparo y no se encuentra otro modo de darle cobertura. Ahora bien, mientras se encuentren parejas heterosexuales dispuestas a cumplir dicho cometido, no debe concederse tal derecho a las homosexuales, pues la naturaleza ha impedido de modo absoluto a éstas formar una familia.
Si el gusto diese derechos, todo sería un derecho, pues todo es susceptible de ser objeto de deseo. Se requiere, entonces, la capacidad; y es especialmente incapaz el que ha renunciado a su virtualidad reproductora en favor de entregarse a la líbido contra natura.
3. ¡EL GAY VA DESNUDO!
El lobby gay y la heterosexualidad degenerada (la homosexualidad siempre lo es) quieren que el sexo sea algo indiferente, neutro, relativo, convencional, intercambiable. Pero el sexo es algo más que echar una cana al aire. En cierto modo es la esencia del hombre, tanto del vulgar y sensual como del extraordinario y espiritual. Ambos se definen en base a su relación con el sexo, sea ésta inercial o racional, obvia o problemática. Negar esta condición constitutiva del sexo es negar al hombre y convertir la humanidad en una especie animal más. Con la diferencia de que, para colmo, se la condena a la más vergonzante y egoísta de las extinciones en el altar de la lujuria.
Los homosexuales tienen un vicio por su condición, pero no pecan si no consienten a él. Absolutamente nadie puede ignorar por tiempo indefinido las tendencias viciosas, y ningún mortal está libre de pecado. Ahora bien, ¿qué pensaríamos de un obeso que intentase elevar la gula a la categoría de privilegio civil? Una cosa es respetar a los homosexuales y otra muy distinta es asumir los postulados de los gays, rendirse a la bajeza.
Antes he dicho que el sexo, como valor psicológico, es la esencia del hombre, ya que no hay manera de sustraerse a él mientras se está vivo. Sin embargo, el sexo como valor moral aislado y hedonista es voluntad de descomposición, de desintegración y de vacío. Es una protesta contra el peso de la existencia. Se opone, entonces, al amor, del que resulta lo contrario: la voluntad de unión, de integración y de lleno, la afirmación de la vida.
Un monstruo no es tal por su carácter improbable, es decir, por la parvedad de casos de su tipo, pues, si así fuera, también serían monstruos los seres excepcionales, Jesucristo a la cabeza. Ahora bien, el fenómeno monstruoso se da cuando un ser está dotado de órganos o facultades que no corresponden a fin alguno, como por ejemplo, tres ojos en un mismo rostro (que rompen el eje de simetría de la visión), la bicefalia (que impide ejercer autónomamente el control sobre los miembros) o la atracción por personas del mismo sexo, destinada a eliminar el amor de la faz de la tierra, como preámbulo macabro a la desaparición de la raza humana.
Primero fue el amor sin descendencia ("libre"), luego el amor sin compromiso (al que habría que llamar "libérrimo"). Ahora sólo queda el "amor" sin amor, entiéndase, la cópula libertina, esgrimiendo el mero goce escatológico del propio cuerpo en perjuicio de cualquier otra consideración. Hay heterosexuales que "aman" así, pero no están obligados a hacerlo. La institución jurídica del "matrimonio homosexual", por contra, crea un paradigma que desecha cualquier forma de relación que no sea la fundada en el banal interés erótico y en la indiferencia sádica.
No puede haber comunión de ideales ni afirmación de la vida (esto es, familia) desde la perspectiva de la caducidad, como tampoco puede darse la amistad desde la instrumentalización sexual del otro ("Para considerar a una mujer nuestra 'amiga' sería preciso que nos inspirase alguna suerte de antipatía física", dejó escrito Nietzsche). Los homosexuales degradan el amor, rebajándolo hasta el nivel de la amistad, para acto seguido arruinar la amistad, encerrándola en la mazmorra del sexo.
Y bien, el origen de la homosexualidad es en buena parte sociológico, a saber: una mala disposición del padre para que el hijo se identifique con él. Y como el error engendra error, de familias malas pueden salir familias peores y hasta antifamilias o pseudofamilias. ¿Cuál es el quid del descalabro? Una sociedad débil, egoísta e individualizada daría lugar a esta clase de fenómenos de otro modo inexplicables.
Hoy los jacobinos, antes iusnaturalistas, olvidan la frontera que el mismo Parlamento inglés se autoimpuso: "La ley lo puede todo, excepto convertir a un hombre en mujer".
La medida legislativa que se comenta no ha sido acordada por ser un avance en materia alguna, sino por resultar electoralmente sabrosa. No se ataque, pues, a la Iglesia, que siempre dijo lo mismo: atáquese al partidillo que desde su fundación hasta la fecha ha tardado 125 años en reconocer y proclamar un "derecho inalienable", como parece al fin que lo es el concubinato homosexual. Mas adelantemos algo de teoría.
El buen Estado debe reconocer los máximos derechos, que son finitos y consustanciales, y al menos garantizar las libertades, infinitas y de carácter accidental, en tanto que éstas no frustren a los primeros. Es de notar que los derechos se complementan mutuamente (al integrar la noción de hombre), mientras que las libertades de signo contrario (que constituyen al individuo) se limitan recíprocamente. Los derechos, a su vez, constriñen las libertades adversas a su realización, pero ninguna libertad, ejecutada para el caso, puede disminuir un derecho en general reconocido.
Visto esto, pocos negarán que el trocar una libertad en derecho positivo "erga omnes" equivale a debilitar por un tiempo indeterminado todas las libertades y también todos los derechos naturales que se le oponen (verbigracia, el derecho a la familia). Aquí se une el inconveniente de que con ello no se protege nada duradero que justifique tal gravamen, quedándose la cosa en un mero refrendo "a posteriori" de la voluntad de Zutano y Mengano, privadamente respetable, si bien inútil y redundante en lo público. El individualismo institucional, además de ser una suerte de oxímoron, empobrece la dimensión del hombre.
Un Estado que garantice todos los derechos será o bien perfecto, si los armoniza con la libertad, o bien tiránico, si no lo logra. En adición, un Estado que reconozca todas las libertades se destruirá a sí mismo, convirtiéndose en anarquía. Por último, el que sólo reconozca parte de ellas cederá una fracción de su soberanía a grupos de poder, cual oligocracia.
Las parejas estables gays, las poquísimas que hay y que habrá, no dan nada a la sociedad, luego la sociedad no les debe nada en tanto que parejas. Ello aún sin entrar a juzgar su aptitud moral, que, por supuesto, también se discute.
El amor, en efecto, es la unión perpetua (o así pretendida) de dos seres y, en el caso de hombre y mujer, unión en cuerpo y espíritu. "Que sean una sola carne": cualquier otra definición lo desvirtúa. Así pues, el amor erótico, a diferencia del amor intelectual o místico, implica que esa perpetuidad se extienda al cuerpo mediante la descendencia. Y no puede decirse que el "amor" entre homosexuales sea místico, pues es carnal. Entonces, al carecer de fines carnales, es falso amor erótico, es mera lujuria y sometimiento a las pasiones, lo cual -si bien no basta para incapacitar o desacreditar a nadie- tampoco debe conceder derechos de más.
La sodomía no tiene ningún fin, ni próximo ni remoto, que no sea la obtención de placer, implícita de por sí en cualquier acto. Rascarse un brazo -se me contestará- tampoco cuenta con fines adicionales, y no por ello entra en la categoría de lo anormal o deforme. Pero nadie consagra una parte importante de su vida a rascarse, ni aspira a edificar algo superior a partir de este fundamento. Por ello es un abuso crear instituciones jurídicas "ad hoc" que, más allá de la protección contractual, amparen derechos inexistentes, como el que puedan tener los zurdos a trepar escaleras violetas. Máxime cuando tales prerrogativas individuales se oponen a derechos inalienables de la sociedad, por ejemplo, el de fundar una verdadera familia.
Pero advirtamos este extremo: El matrimonio civil es el sometimiento del otrora compromiso eterno a la contingencia contractual, la permuta de la fidelidad de dos por la voluntad condicional de uno y otro. Sólo hay un auténtico matrimonio: el que nace queriendo durar para siempre; sólo Dios puede refrendar pactos incondicionales, indisolubles en sí y superiores a todo albedrío una vez consumados.
Si el matrimonio civil moderno ha logrado prosperar ha sido dado su parasitarismo con respecto al católico, empezando por el nombre. A pesar de ello, ha supuesto una brecha en la noción sacramental de la familia, que ahora se concibe con los trazos pragmáticos de una sociedad en comandita. No es extraño que ya muchos vean en esa versión descafeinada y falsa de matrimonio, y por extensión también en el matrimonio católico, un "papeleo inútil", prefiriendo a cualquier vínculo formal la ausencia completa de sujeción, el mero estado de facto, la idílica beatitud primitiva.
Viene entonces cuando, en un ataque de inconsecuencia, "el pueblo", el atolondrado pueblo, exige que se legisle sobre las parejas de hecho porque la razón natural y la "igualdad" lo requieren. Salimos, pues, de una regulación para caer en otra. ¿Con qué fin? Protegernos de nuestra propia voluntad, aunque lo hagamos de manera artificiosa mediante la ley, que imaginamos no impuesta, sino emanada de nuestras conciencias.
El "matrimonio homosexual", en fin, es un paso más en este montaje metafísico-jurídico, nacido para despojar al hombre de sus responsabilidades irrenunciables en favor de un Estado omniabarcante, cuyo proceder no debe cuestionarse ni siquiera en el fuero interno. Se trata en definitiva del sueño de un déspota como Napoleón (impulsor del Código Civil), perpetuado en el ideario fáustico del ateo.
Además, el placer sexual es una pasión y, por consiguiente, carece de fines propios. Los homosexuales no reinvindican el derecho al amor -eso iba a ser como reinvindicar el derecho a la alegría: una estupidez-, sino al placer. La capacidad de amar no puede regularse de forma directa, pues es de naturaleza interna. Sólo se regulan los actos externos, a saber, la consecución de una descendencia, a cuyo núcleo afectivo llamamos familia, o en su caso, la búsqueda del mero goce, a la que nos referimos como concubinato. La homosexualidad queda forzosamente reducida a este último supuesto.
El sexo es siempre promiscuo, el amor es su némesis, que le pone freno. Y el amor necesita un cauce o fin permanente para no extraviarse ni agotarse demasiado pronto. Así pues, el "amor homosexual", aun si existiese, cosa que niego, no tendría nada que ver con el matrimonio, al no contar con fines naturales.
Los gays reclaman el derecho al matrimonio para escarnecer el amor y, mediante su marginación, parecer ellos menos enfermos. Se intenta dar una solución sociológica a un problema a la postre psicológico, arrastrándose a todo el cuerpo social en una caída en picado hacia la animalidad.
No podemos proseguir sin esbozar una caracterización de nuestro objeto de estudio. Las características del amor son tres:
1) Ánimo de perpetuidad
2) Intención de reciprocidad
3) Suficiencia
Cuando se cumplen las tres se da el amor en cualquiera de sus vertientes: consanguíneo, erótico o místico, de menor a mayor sublimidad.
La condición del amor consanguíneo, el más terreno, no puede perderse nunca, ya que es innato. Basta, en efecto, con que se den relaciones de parentesco lo bastante notorias como para permanecer en la conciencia del amante. No es de extrañar que sea también el afecto más común entre los hombres y el primero en manifestarse.
El amor erótico está a medio camino entre lo innato y lo gratuito, entre lo pasivo y lo activo. Su condición es la unión carnal: no admite separación definitiva y exige su símbolo de perpetuidad en la progenie. De otro modo resulta imperfecto, inacabado. Depende tanto de la propia voluntad como del azar del encuentro y del equilibrio de las potencias de los individuos en que se da.
El amor místico no se adquiere por nacimiento ni por voluntad, sino por irradiación. El deseo que lo alimenta es puramente intelectual, sale fuera de sí y se une por el vértice infinito de la fe.
Veamos ejemplos de amor bastardo:
a) Un caso donde se cumple 1 y 2 pero no 3 es, por ejemplo, el de la poligamia, en la que ninguna relación forma un vínculo completo, sino que todos los conatos de vínculo se unen en una masa acéfala.
b) Si se verifica 1 y 3 pero no 2, topamos con el fetichismo y toda clase de idolatría en la que no podemos ser correspondidos, al tratarse de una entrega unilateral, solipsista y enajenada.
c) Supuesto típico en el que se dan 2 y 3 pero no 1 es la homosexualidad, que renuncia por principio a la descendencia, el único modo de perpetuación carnal. Y si intenta solventar esto por otros medios externos (v.g., la adopción), entonces deja de cumplir 3 y sale de un fraude para caer en otro.
d) Cuando se cumple sólo 3, obviándose 1 y 2, nos hallamos ante un vicio que se autoconsume en su propia pasión, pero no pretende durar ni ser correspondido.
e) La situación por la que se cumple sólo 2, obviándose 1 y 3, retrata un mero ejemplo de seducción sin más pretensiones.
f) Por último, un caso donde se verifica sólo 1, obviándose 2 y 3, expresa el amor intelectual que el artista tiene para con sus obras, que ni espera ser correspondido ni es autosuficiente, pues toda creación exige un código y una materia donde plasmarse.
En resumen:
1) El "amor homosexual" es un acto natural (la cópula) carente de fines naturales (la reproducción).
2) Todo amor busca unir a perpetuidad (el amor entre madre e hijo, padre e hijo, etc. no busca unir a perpetuidad, porque ya nace unido por el parentesco), pero el "amor homosexual" no sólo no lo logra, sino que no puede lograrlo desde sí mismo.
3) Luego, o bien el "amor homosexual" no busca unir a perpetuidad, o bien lo busca sin fruto.
4) Si no lo busca, no es amor.
5) Ahora bien, si lo busca sabiendo que no puede lograrlo, también es engaño.
6) Ergo, se elija lo que se elija, aceptadas las premisas, el "amor homosexual" sólo impropia y arbitrariamente puede llamarse amor.
7) Y, si no se aceptan las premisas, entonces llámese amor a cualquier entretenimiento pasajero, con lo que se demostrará que, para conseguir semejante cometido, se tuvo que vaciar el concepto, tal y como se entiende de ordinario.
Ahora el único freno contra la poligamia es la "dignidad de la mujer", que se esgrimiría como indisponible frente a aquéllas a las que no les importase compartir marido. Pero parece que a nadie le preocupa la dignidad de la familia. Es hipócrita: permitimos uniones contra natura, minoritarias en nuestra sociedad, y les negamos a los inmigrantes sus uniones tradicionales que, siendo incorrectas, al menos no carecen de fines.
Debo insistir: los gays no buscan ser naturalmente iguales que el resto de parejas, porque es imposible, ya que su condición física y espiritual se lo niega. Buscan que esas parejas sean iguales a ellos: eso sí es posible, y la ley aquí es sólo un instrumento para perpetuar esa práctica marginal. Por lo común la ley reafirma la costumbre generalmente aceptada; en España se ve que también nace para negarla y pervertirla a golpe de chantaje moral.
No deja de ser sintomático el que muchos se hayan tomado a modo de cruzada la invención de derechos, queriendo dotar de una dignidad especial a quien de por sí no la tiene. Como el que maquilla a una rana.
Sólo hacer notar que el "amor homosexual", como el supuesto amor de los animales, carece de fines conscientes o inconscientes. Con la misma autoridad con que hoy se casan hombres con hombres y mujeres con mujeres, podrían "casarse" caballos con yeguas y hasta yeguas con novillos, amparándose la extravagancia en la libre voluntad del campesino. Ahora bien, el consentimiento sin derecho no obliga a terceros, pues es pacto entre criminales; y España y Portugal bien pueden dividirse el mundo en Tordesillas, que el mundo seguirá su curso.
Daniel Vicente.
http://www.miscelaneateologica.tk
ZP aprueba el matrimonio gay con la mano derecha mientras con la izquierda permite disolver sin causa las uniones matrimoniales. Es como si dijera: "Os permito ostentar la apariencia de haber fundado una familia. Pero no temáis: pasados tres meses, tan pronto como os canséis podréis desmantelar la farsa".
Lo primero sale en las noticias, lo segundo no.
>> En Cuba si que iban a ser felices, vaya que sí.
Es que allí sí que les darían bien por culo. XDDD
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