martes, enero 30, 2007

Ibarretxe no es una persona normal.

¿Ahora se dan cuenta? Yo ya lo sabía:

jueves, enero 18, 2007

Sé de lo que te operaste el último verano.

Hace ya un tiempo saltaba la polémica de que la Generalidad de Cataluña examinaba historias clínicas de los hospitales para vigilar el idioma de los médicos.

Un poco después se decía que se había multado un hospital que dio historias médicas para vigilar el uso del catalán, concretamente el Hospital de Sant Rafael de Barcelona. Pero resulta que la multa fue la mínima (podía haber llegado a algo más de 300.000 euros) porque según palabras de la propia Agencia de Protección de Datos (esa misma que te multa porque guardas los e-mails de los comentarios de la gente) había "una cualificada disminución de la culpabilidad en virtud del principio de confianza legítima".

Claro, como utilizaron las historias para tan bella causa, pues el hecho tiene atenuantes. Interesante.

Pero no sólo el hecho repugnante de que una tercera persona ajena al personal sanitario y sin ningún tipo de excusa acceda de forma torticera al historial clínico de otra persona, sino es que además aquellas historias salieron del hospital. Es decir, hecho doblemente punible. ¿Que por qué? Pues porque ¿qué hubiera pasado si a alguno de los 'inspeccionados' le hubiera dado por ingresar en urgencias por un problema serio? Estamos hablando de un delito contra la salud pública que por lo visto nadie ha tenido en cuenta o al menos de comportamiento temerario.

Y me gustaría lanzar al aire una pregunta:
¿Por qué ningún particular se ha querellado contra el hospital, la generalidad y la empresa consultora? Porque en principio ha podido ser cualquiera de los que tenemos una historia en algún hospital de Cataluña. Que nos prueben que no ha sido a nosotros. Y por ende, que publiquen una lista de los 'auditados' para que puedan interponer sus respectivas demandas a las tres partes. Están ganadas.

Lleva oliendo algo muy mal en Cataluña, y ahora el hedor sale de los hospitales.

Relacionados:
* LEY 21/2000, de 29 de diciembre, sobre los derechos de información concernientes a la salud y la autonomía del paciente, y la documentación clínica.
* Ley 41/2002 de 15 de noviembre, básica reguladora de la autonomía del paciente y de derechos y obligaciones en
materia de información y documentación clínica
.

miércoles, enero 03, 2007

Burkas vs Solidaridad


(Articulo escrito por Selene desde Reino Unido)

Una de las cosas buenas que dan los kilómetros de tierra y agua que separan España de Reino Unido es que te abre los ojos ante lo que de otra manera pasaría inadvertido entre las noticias pastelosas y oenegé que escupen las televisiones y periódicos todas las Navidades.
La breve pero intensa noticia emitida en el telediario del día de Navidad, plagada de feminismo de cartón piedra y solidaridad de panfleto decía tal que así:

Más de 10.000 personas abarrotaron la plaza de la Natividad, en Belén, para disfrutar de un concierto por la paz en Palestina de la Plataforma de Mujeres Artistas Contra la Violencia de Género junto a la Orquesta Sinfónica de Mujeres de Europa


Leído y escuchado así parece hasta de mal gusto reprobar las actitudes solidarias hacia un pueblo como el palestino, y para un colectivo, el de las mujeres, que parafraseando otras muchas frases del ideario del progresista de postal diría algo así como “Las olvidadas entre los olvidados”.

Digo que los kilómetros hacen abrir los ojos, y es tan verdad como aquella maravillosa frase de Unamuno y su cura para los nacionalismos. Pero para mí sobretodo la convivencia a diario a 15 kilómetros de la comunidad más grandes de musulmanes en Inglaterra me hace ver a diario actitudes y formas de vida que debería hacer enrojecer a estas feministas que piden que las mujeres palestinas tengan su trozo de tierra libre.

Es una pena, por poner un ejemplo cercano, que tras un mes en que apenas hemos visto el sol entre las nubes, el primer día de sol de invierno aquella mujer musulmana en la confluencia de Vicar Lane con Eastgate, en pleno centro de Leeds, no tuviera la ocasión de poder sentir los rayos de sol sobre su cara, un tupido niqab que solo mostraba sus ojos la tapaba por completo. Su marido, al lado comía rápidamente lo que presumiblemente me parecían unas fish & chips. Ella, quizá con ánimo glotón picoteó sobre la bandeja de poliestireno amarillo, no sin antes, girarse hacia la pared, levantarse la parte delantera de su velo y así poder llevarse el alimento a la boca.

Sé que las mujeres occidentales caemos frecuentemente en la idea de que son mujeres explotadas por una religión y una cultura que las trata como meros objetos, pero hay que pensar que quizá para ellas, es precisamente lo que quieren tapar con ese cuidado. Como dice el dicho árabe; “si dejas un montón de oro junto a una carretera, lo más posible esque te lo roben”. Puedo llegar a entenderlo, es su cultura, es su religión y desde luego espero y deseo que la religión islámica tenga su propia revolución sexual y liberación femenina, todo siempre a su manera y a su debido tiempo.

Lo que me resulta más flagrante es el silencio premeditado y desmedido ante actitudes que en una sociedad occidental como la nuestra no deberíamos permitir. Porque a día de hoy no conozco grupo feminista, que haya reivindicado que las mujeres musulmanas puedan decidir si llevar o no ese velo, o puestos a ponernos feministas radicales, la prohibición.

Desde el 11-S parece que Occidente tenga que estar bailando al ritmo que nos marquen ciertos señores que viven escondidos en lejanas montañas en Afganistán e intentar ante todo no molestar ni enfadarlos “por si acaso”. Y por esas mismas razones tenemos a nuestros máximos dirigentes, desde políticos hasta religiosos, pidiendo perdón cuando cualquier manifestación de lo que somos, es decir, de ese derecho inalienable que nos da la libertad de expresión, ha sido tomada como un acto de “insulto” por parte de la comunidad islámica.

La verdadera solidaridad empieza con lo que tenemos más cercano, porque por muy bonito que quede bailar o cantar en Palestina para recaudar fondos y ayudar a todos los refugiados, quizá a tu lado, en tu misma calle o ciudad una mujer que también quiere ser libre no puede hacer algo tan cotidiano como notar la brisa enredándose entre sus negros cabellos.