He decidido comenzar esta aportación parodiando al conocidísimo libro de ese timador que es Allen Carr, puesto que el ambiente para los que sois fumadores se va a enrarecer aún más de lo que está en sólo tres días.
Tu mente de fumador es débil y sé que quieres dejar de fumar. Raro es el fumador que no siente deseos, en repetidas ocasiones a lo largo del día, de dejar de fumar. Pero no tienes ni idea de cómo. Has oído campanas, pero no sabes de dónde vienen. Tienes un amigo de un primo del hermano político del cuñado de tu mujer que lo dejó de un día para otro, así "PLAF!" como por arte de magia. Y estás convencido de que un día lo conseguirás: Te tocará el día en el que te levantes por la mañana y empieces a tararear a Nino Bravo y en vez de un pitillo te metas en la boca un Poki, el cielo esté azul, las nubes rompan la claridad del sol y los pájaros trinen dándote la bienvenida al paraíso sin nicotina.
¿Pero de qué vas? ¡Despierta! Éso sólo ocurre en los dibujos animados y a cuatro gatos que en realidad (no te lo dicen) se les corroen las entrañas cada vez que ven a alguien acercarse ese cilindro de placer a su amarilla boca. Es difícil dejar de fumar y quien diga lo contrario, miente. Punto.
No funcionan los psicólogos, ni los acupunturistas, ni los come-cocos que te sacan los cuartos. No funciona que alguien del gobierno te diga que no vas a poder fumar. Ni el saber que en España mueren por el tabaco cerca de las 50.000 personas al año. Ni el conocer que dentro de diez años no vas a ser capaz de subir las escaleras de tu casa de un tirón. ¡Ni siquiera el hecho de estar seguro de que no se te va a volver a levantar te aleja de tu vicio! Tú sigues fumando.
Pero algo dentro de tí te remuerde la conciencia. Suele pasarte cada vez que tienes que dar una última carrera para coger el ascensor que te sube a la oficina para no tener que esperar a que vuelva a bajar. Y te ahogas. Y te dices: "tengo que dejar de fumar".
Pero me haces caso y no lo haces. No aún. Te esperas a estar totalmente convencido de querer dejar de fumar, y ese día te armas de valor y vas a la farmacia a por los parches. Le pides consejo a tu farmacéutico y te calcula tu dosis: Parches de 24. Elegiste (y con buen tino) los parches adecuados. Los de toda la vida, los de sistema matriz de liberación sostenida (o eso te dijeron), los que a lo mejor hacen que te salgan sarpullidos, los que pican como condenaos, tienen un color de tirita antigua y tienen un tamaño descomunal. Estás contento con la compra y te sientes orgulloso.
Has pasado de los chicles e hiciste bien. Tu amigo farmacéutico te comentó que es un engañabobos y que al final terminas fumando con el chicle de nicotina en la boca. Que no lo sabrías usar correctamente y sería un lastre para tu odisea.
Hoy es el gran día te levantas con entusiasmo, tanto que te tropiezas con la zapatilla y casi terminas en urgencias con una apertura craneal. Abres el sobrecito. Sacas el mamotreto redondo, lo despegas del protector y te lo colocas en el brazo. Ya tienes tu parche puesto y de momento no te apetece encenderte un pitillo (parece que todo marcha bien). En el curro todo va perfecto, salvo Pepi que es una estúpida que se cree todo lo que dicen en la botica de la abuela y en las páginas de ciencia del quémedices y además escucha a un tal Fruncino, que vete a saber quién coño será.
Y pasa el primer día y estás orgulloso. Eres un hombre hecho y derecho, puedes comerte el mundo sin humo. No lo necesitas... No lo... Hum... Echas algo de menos en tu mano derecha. Mientras escribes al amigo que te acosejó los parches para decirle que le has hecho caso. A tu despacho le falta algo. Ves el paquete que no habías tirado y que guardaste por si tenías una urgencia. Jugueteas con la suerte entre tus labios. ¿Qué es un pitillo? Si además no lo has encendido aún. Hum... Ese olor. La hoja seca. Te embriaga, inunda tus pulmones y te está diciendo "enciéndeme": "¡PERO QUÉ ESTOY HACIENDO!" Y tiras el pitillo, la cajetilla y dedicas una tarde entera a desinfestar tu casa de todo aquel material que pudiera propiciar una caída. Ceniceros, mecheros, hasta las cerillas de encender la caldera. Y es que estuvo cerca, ¿eh que sí?.
Pasan los días y tus compañeros de trabajo NO PARAN de recordarte que has dejado de fumar. "¡Qué pesados son, pardiez!" Empiezas a notar como te cabreas. Sientes subir la adrenalina y un disco de Camela de alguien del cubículo de al lado te taladra la cabeza. El jefe te llama y en su despacho sólo piensas en formas distintas de destriparlo: Un cuchillo estaría bien. Una katana tal vez, así en plan samurai "¡ZAS!". Sales con la cara descompuesta y te sientas, no entiendes qué te pasa y le comentas a tu compañero de cubículo: "Tío, no se qué me pasa. Tengo unas ganas tremendas de matar a alguien, de atizarle con el ratón en la cabeza y abrirsela de par en par para introducirle el puto CD ése de Camela que me está descomponiendo." Tranquilo. Recapacita. Es posible que el parche se te haya despegado o que sencillamente se te haya olvidado de poner por la mañana. Acabas de experimentar un síndrome de abstiencia en todo su esplendor que ha llegado sin avisar. ¡Felicidades! Ahora eres adicto a tu parche diario, pero aunque no te has dado cuenta, has dado el paso principal para dejar de fumar: Tu cerebro ha conseguido disociar el mono con el hecho de encenderse un pitillo.
Ya sólo te queda vencer tu adicción física, es pan comido. ¿Verdad? ¿VERDAD? Pues no. Porque este Viernes has quedado con los amigos a tomar unas cervezas en el Gallipot y a lo mejor luego, quién sabe, caerán unas copichuelas en algún bar de los de siempre. La idea te fascina y casi que te tranquiliza. Tienes ganas de quedar con ellos y despotricar de la ministra cuota. Enzarzarse en la discusión por lo menos un par de relajantes horas, con la birrita en una mano y en la otra... en... la... otra... ¡MAY DIE! ¡MAY DIE! ¡No! En la otra no va a haber nada. Vete acostumbrando a coger las copas con dos manos. Ya se que no queda tan cool, es más, pareces un retarded, pero funciona, al menos eso es lo que te comenta el novio de tu hermana que también dejó de fumar. ¿Y el local? ¡Va a estar lleno de humo! Me voy a asfixiar, por lo menos.
Entras en pánico. Tanto que incluso te planteas el dejar colgados a tus amigos. "¡No seas cretino!" - Terminas entrando en razón - "¡Ve! ¡Pásatelo bien! Ellos saben que te estás quitando y no te ofrecerán tabaco". ¿O sí? Bueno da igual, que sea lo que Dios quiera: Te armas de valor y sales al irlandés a encontrarte con ellos. Cervezas, copas y tentaciones, pero las ministras couta son tan prolijas que ni te acuerdas del tabaco, ¡algo bueno tenían que tener!
Llegas a casa apestando a tabaco y te da asco... ¡Esto es nuevo! Te quitas la chaqueta y la hueles, la camisa, los pantalones. ¡Apestas y te sientes orgulloso! Después de cinco semanas de sufrimiento eres capaz de oler al maldito, al innombrable. Te das cuenta de que percibes ahora todo desde otra perspectiva y no paras de oler. Hueles a tu mujer que te mira con cara rara. Hueles la comida. Hueles la casa. Hasta eres capaz de oler los alerones de la vecina del quinto que siempre coincide contigo en el ascensor y te das cuenta de que realmente lo que dicen de ella en el portal es cierto. Vas al trabajo y te das cuenta del olor peculiar que tienen todas las oficinas en las que se mezcla el olor a papel y a ese aroma incrustado de tabaco que no se le va a la planta por muchas manos de pintura que le den. Hueles el toner caliente de la impresora. El café, que ahora te gusta sólo y sin azúcar porque te hace recordar el olor del tabaco. Hasta hueles el propio parche que... ¡Puaj! huele a aceite de ricino y que por cierto es el último.
Después de casi tres meses has decidido que ya está bien de parches. Le vas a decir adiós definitivamente al tabaco y para celebrarlo has alquilado una peli de las que le gustan a tu mujer: Memorias de África. Tras tres horas de pestiño oscuro en los que no te hubiera importado haber tenido un pitillo, pero como ya no fumas, te has dedicado a husmear el olorcillo a baquelita que desprende el DVD de saldo del Media Market. Tras el sufrimiento tu mujer dice que dejes de olisquear el DVD y que te vayas a olisquear otra cosa, momento en el que aparece tu hija que había salido de marcha y te decides a usar tus superpoderes de aspirador para detectar que... ¡FUMA! ¿será cretina? "¡Con lo que me ha costado a mí!"
La envías a su cuarto, a la espera de tu sermón. Te vas calentando por el pasillo. Los ojos se te van a escapar de las órbitas. Aún no puedes entender cómo tu hija te ha traicionado de la manera más vil. "Ella es uno de ellos" y lo peor de todo es que llevaba siéndolo desde casi antes de nacer y tú... No te habías dado ni cuenta, "¡claro! porque entonces no olía, ahora sí". Abres la puerta de su habitación. Entras, te sientas en su silla, enfrente de ella. Tiene cara de asustada y no es para menos, ¡te va a oir! Entrecierras los ojos mientras la miras. Suspiras como el que tiene enfrente a un caso perdido. Y lo único que se te ocurre decir, después de tres meses de sodomía pagada:
"¿Tienes un pitillo?"
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3 comentarios:
Plas, plas, plas. Muy bueno Reboot. :-DDD
¡Un diez!
Me voy a fumar un puro para celebrarlo :-)
Iba escribir una réplica a lo que soltó anoche Irene Villa por la radio acerca del negocio de dejar de fumar. Porque últimamente es verdad que están saliendo muchas chominadas para dejar de fumar que son puros camelos, pero hay métodos muy efectivos como los parches o el Zyntabac (éste siempre bajo prescripción médica) que son denigrados también pues se meten en el saco del "negocio de dejar de fumar". Y eso es un error...
Total que empecé a escribir... Y al final tuve que reconocer que lo mío no es la argumentación (gomen!) ni la dialéctica y me dejé llevar por el estilo de Solzhenitsyn.
Me alegro que os haya gustado, porque aunque muy novelesco, ciertas cosas que narro me sucedieron de verdad. xD
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