La revolución conmocionó al mundo. La historia saltó hacia delante. Fue el gran resplandor, la floración internacional de la esperanza igualitaria, el despliegue de las pasiones, el fervoroso impulso de la nueva religión atea, redentora de los oprimidos. Cundió el gran miedo de los potentados del mundo a verse desposeídos. El resplandor, como todos los resplandores, acabó cegándonos. Nuevos ídolos y nuevos símbolos reemplazaron a los antiguos. De los primeros años del evento en que reinaba la pluralidad en los soviets, tanto por su composición social como política, se pasó al sistema de partido único "guía de la revolución" abriendo el camino al monolitismo burocrático, al culto a la personalidad y al poder omnímodo del estado encarnado en el partido y los cuerpos represivos. Del debate abierto y de la expresión libre de las ideas se pasó a la consigna y al estrangulamiento de la contradicción ideológica y, por tanto, al empobrecimiento teórico.
[...]
¿Son los valores inherentes al sistema capitalista hoy dominantes, capaces de hacer frente a los problemas actuales? ¿Cómo se repartirá el trabajo y el tiempo de trabajo? ¿Cómo se organizará la ayuda al y la colaboración con el llamado tercer mundo para que deje de serlo? ¿Competitividad o cooperación? ¿Guerra de mercados o planificación mundial de la producción y la distribución como respuesta a las necesidades sociales acuciantes?
Ah, sí, los de siempre...
No hay comentarios:
Publicar un comentario