lunes, octubre 03, 2005

Pero, ¿y qué coño es una nación?



Esta es la cuarta pregunta más importante del ser humano. Las tres primeras son ¿qué somos (esta mejor no contestarla)? ¿adónde venimos? y ¿p'a onde vamos? Es una cuestión vital para nuestra existencia en este valle de lágrimas, que llevábamos planteándonos desde que lucíamos minimalistas taparrabos y éramos coetáneos de aquel maromov llamado Adán. En el día de la fecha, a octubre de 2005, la marea de la actualidad ha hecho que este importantísimo asunto esté en las primeras páginas de todos los periódicos y no se hable de otra cosa mariposa, pues nuestra unidad de destino en lo universal (sic) depende dello. Es, pues, un momento ideal y más que oportuno para zanjar la cuestión de una vez por todas y despejar las incognitas de la ecuación.



Ante todo, hay que dejar bien claro que la realidad de las naciones es incuestionable. Ya fue demostrada por Leonardo Davinchi, gracias a un ingenio de su genial invención: el nacionómetro. La susodicha máquina, permitía detectar a las naciones, y mesurar su peso, temperatura, textura, tamaño, sus sístoles y diástoles, así como determinar el eje de abcisas y ordenadas en el que cada nación se ubica en el continuo espacio tiempo. A partir de aquel entonces, ya ningún ateo (cabrón, me atrevo a añadir) pudo negar su indubitable existencia. Gracias a ulteriores investigaciones, se ha podido demostrar que cuando uno emprende un viaje a tierras extrañas y se separa de su nación primigenia, ésta se queda como si le hubieran amputado un miembro. ¡A esa nación le falta una parte vital de su ser, sin la cual peligra su supervivencia! Si no queremos pues que la nación a la pertenecemos quede lisiada deberemos regresar a casa cuanto antes, contribuyendo con ello a que se restañen las heridas y la unidad nacional permanezca a salvo.



Pero, ¿cuántas naciones hay? No se sabe (aún) con exactitud, es como contar las estrellas del firmamento o los granos de arena, pero ya hay quien con el nacionómetro en ristre ha decidido recorrer el mundo entero, de oriente a occidente y de sur a norte, e irlas censando en una base de datos situada en el hueco de una montaña alpina. Pero es una tarea ardua, y cansina. Contar (verbigracia) las que hay en la península ibérica se hace poco menos que milagroso, ya que hay naciómetros que te dicen "que aquí solo hay siete coma cuatro naciones, cuate" y otros que te espetan que "son diesmil más la propina". No hay forma de que las cifras cuadren en el balance, de que el debe se ajuste al haber y de que alguien sea capaz de aclararse en medio de este batiburrillo territorial. ¿A qué huele una nación?, se suelen preguntar en los anuncios de compresas con alas. Y la respuesta viene por ella misma: huelen a cosa muy cool y superguay. También sabemos que se pueden superponer las unas sobre las otras como si fueran muñecas rusas y que se anidan como bucles algorítmicos, pero de ello ya hablaremos en una próxima entrega de esta apasionante saga.

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